Imagine la situación por un momento: es un turista recién llegado a Mallorca. Con escasos conocimientos de su geografía, costumbres o idiomas, llega casi por casualidad a un pequeño pueblo del interior en el que parece que hay cierto aire festivo. Comienza a pasear por sus calles y súbitamente repara en algo. Las casas están cubiertas de plásticos y una creciente multitud comienza a rodearle. A una señal comienzan a arrojarse entre ellos miles de objetos. El pánico podría empezar a dominarle y los músculos de sus piernas podrían tensarse preparando la huida, pero se da cuenta a tiempo de que simplemente es una fiesta, concretamente una de las llamadas ‘neofiestas'. Terminaría dejándose llevar y disfrutando como uno más en un fenómeno especialmente veraniego y que está cada vez más consolidado.
La experiencia podría haber sido en Sencelles por la Virgen de agosto (15 de agosto), con munición de paja y agua; en Petra, con cáscaras de almendras (por Santa Praxedis, 21 de julio); o en Costitx, con algarrobas, a finales de agosto. También puede ser que no se arroje nada y los participantes podrían ir disfrazados, como en el Carnaval d'Estiu de Campanet, a principios de julio; vestidos de riguroso rosa, como en el Much de Sineu (14 de agosto); o incluso en ropa interior como en la desinhibida Correguda en Roba Interior de Bunyola (en las fiestas de Sant Mateu, 21 de septiembre), pero todos ellos tendrían un factor en común, la generalizada juventud de sus participantes.
Las neofiestas, aunque algunas tengan ya una trayectoria de 30 años, como Sa Revolta de Vilafranca (2 de agosto), son patrimonio de las nuevas generaciones. El verano, las ganas de diversión y cierto espíritu desafiante, son factores comunes en todas estas nuevas formas de celebrar el espíritu colectivo. La más popular de todas, el ya mencionado Much, atrae cada año a miles de jóvenes y su desmesurado éxito la ha llegado a poner en una situación difícil para los organizadores, que ven su pueblo desbordado por un tsunami rosa a mediados de cada mes de agosto. Pero quizá esto sea un atractivo más en común de las neofiestas, el saber que su celebración incomoda, que desborda previsiones y que parece poner en peligro la participación en las más tradicionales, que son patrimonio de padres y abuelos.
Todas contrastan radicalmente con esas otras, tanto en su espíritu como en sus formas, sin olvidar desde luego su significado. Este se pierde en el tiempo en el caso de las más tradicionales, pero directamente ni siquiera se busca en las nuevas, que no necesitan de ninguna excusa: las leyendas tras el origen de la ‘mucada' de Sineu son bastante terrenales.
Distintas perspectivas
La religión es la que marca las fiestas tradicionales, que en muchas ocasiones coinciden también con el estío. En honor del patrón o patrona del municipio, se celebran muchas que se consideran ya valiosas piezas de la cultura popular y etnográfica. En ellas se reflejan costumbres ancestrales, modelos de sociedad de otros tiempos, quizá ya desfasados, pero que conviene recordar y conservar. La Festa del Fadrí, en Moscari, sería un buen ejemplo de estas. En ella se homenajea a Santa Ana en el domingo más cercano a su día, 26 de julio, con una procesión que protagoniza un hombre soltero, elegido por las mujeres solteras del pueblo.
Por Sant Jaume, 24 de julio, las tentaciones del demonio se mezclan con los bailes de los Cossiers en Algaida. Los dimonis, figura simbólica de capital importancia en el folklore mallorquín, también están presentes en el verano de localidades como Petra (21 de julio), Felanitx (20 de julio) o Montuïri (24 de agosto). Su presencia se mezcla muy a menudo con el olor a pólvora y ruido, en un espectáculo que remite a los temores más primarios. La canonización, en 1930 de Catalina Thomàs, se recuerda cada 28 de julio en Valldemossa con el Carro Triomfal y flores por todo el pueblo. Santa Margalida también vive, con un aire marcadamente pagés, esta procesión cada primer domingo de septiembre, que presume de ser la más antigua de Mallorca y que se vive con una intensidad y nivel de participación enormes.
De origen medieval son los Cavallets de Felanitx, que por Santa Margalida (20 de julio) protagonizan un baile junto a la Dama. De un periodo similar es la romería de Sant Bernat, en Palma cada 19 de agosto, ya documentada en 1.232. Muy medieval también es, aunque fuera ya en el siglo XVII, la peste, cuya erradicación por Sant Roc, el 16 de agosto, se celebra en Alaró. Las fiestas del verano se ven como una contraposición entre lo religioso y lo pagano, entre la formalidad del respeto a la herencia cultural y las ganas de fiesta. Pero ambos estilos son perfectamente compatibles y se demuestra año tras año, siempre que las pandemias lo permitan.
Pero no todo en Mallorca es blanco o negro, tradición a ultranza o radical modernidad. Existe toda una amplia serie de colores con las más interesantes opciones. La Isla es cultura viva, tradición conservada, literatura universal o artes plásticas de prestigio. También diversión, playas y calas de ensueño, gastronomía llena de sabores y desafíos al paladar, discotecas con una explosión de luz y sonido o rincones apacibles en penumbra. Mallorca permite sentir las piedras milenarias de su patrimonio y la textura revolucionaria de la modernidad, y en estas páginas se tratará de recoger una parte de todo ello.
Las catas de los mejores productos de la tierra; la oferta hotelera, reconocida por su excelencia; todo cabe en sus 3.640 kilómetros cuadrados y todo espera a ser descubierto, incluso por los que ya vivimos aquí. De la playa a la cumbre de la montaña, la mejor estación del año para disfrutar de aquella insula mayor que ya admiraban los romanos es el verano, y esta vez no lo vamos a dejar pasar.