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Titanic: Lo que el mar se llevó

110 años después de su hundimiento, desde su silente tumba en las profundidades del Atlántico Norte, el Titanic sigue envuelto en misterio

| Palma |

Un grito atravesó la noche: ¡Iceberg a proa!, exclamó el vigía Frederick Fleet desde la cofa, al tiempo que agitaba compulsivamente la campana de alarma. En el puente, el primero oficial William McMaster colocó las palancas en atrás toda mientras vociferaba ‘todo a estribor' al timonel Robert Hichens. Eran las 23.40 cuando una masa oscura de hielo perforó el casco. Comenzaba la agonía del Titanic. Casi tres horas después, a las 2.20 de la madrugada del 15 de abril de 1912, hace 110 años, el Atlántico Norte devoraba al imponente navío que, entre pasaje y tripulación, contaba con 2.223 almas a bordo. De ellas, 1.514 no volverían a ver la luz del sol.

Dicen que esa fue la noche que se hundió el mundo porque las gélidas aguas del sudeste de Terranova no solo engulleron al gigante de acero, también los sueños de miles de personas. Y es que en el Titanic estaban representados todos los estratos sociales, desde las despreocupadas clases bienestantes hasta los emigrantes que cargaban con una maleta llena de ilusiones. «El Titanic era tan lujoso que hasta los camarotes de tercera estaban bien, pero se ubicaban tan abajo que eso complicó su desalojo en el naufragio», explica el mallorquín Jaume Ferrando, capitán de la Marina Mercante jubilado y avezado especialista en la materia. Para él, el hundimiento del Titanic «siempre ha sido una historia con muchos mitos, envuelta en el misterio».

El capitán de la Marina Mercante jubilado Jaume Ferrando nos recibe en su domicilio.
Foto: Teresa Ayuga

Despanzurrado sobre el lecho marino, a 340 millas náuticas de la costa de Newfounland, en Canadá, el Titanic no puede descansar en paz. El Versailles de los mares, hijo de los astilleros de Belfast en abierta competencia para ser el más lujoso transatlántico de la White Star Line, naufragó en una oscura noche sin luna tras impactar con un iceberg que, pese a no ser «demasiado grande», le acuchilló el costado hiriéndole de muerte. Ciento diez años después, ya no queda ni un solo superviviente con vida, pero la historia del ‘insumergible' Titanic sigue levantando fascinación. Con el imponente navío se fue también a pique el mito de lo infalible, encarnado en la soflama orgullosa que entonaban los obreros católicos de los astilleros de Shipyard Riad: ‘Este barco no lo hunde ni Dios', proclamaban. Si bien hay que decir que Hardland &Wolf, los astilleros que construyeron el coloso, siempre insistieron en que jamás tildaron al barco como ‘insumergible'. Aseguran que el mito, uno de los tantos que gravitan en torno al Titanic, creció después de la tragedia.

Admiración

El Titanic partió del puerto de Southampton entre la admiración generalizada el 10 de abril de 1912. Su primera escala le llevó al muelle francés de Cherbourg, en lo que fue su única parada europea continental. Allí embarcaron un centenar de pasajeros. A continuación, la proa del navío apuntó hacia Queenstown, Irlanda, para iniciar la travesía más mediática de la historia. La mayoría del pasaje dormía cuando el vigía advirtió la presencia del iceberg. Apenas sintieron un leve chirrido, pero nadie se inmutó. ¿Por qué preocuparse? Con cuatro chimeneas a vapor, un empuje de 50.000 CV, que le permitían alcanzar una velocidad punta de 22 nudos (más de 40 km/h) y 52.310 toneladas de peso, el Titanic contaba con la tecnología suficiente para procurar la tranquilidad que demandaba el corazón del pasaje. Y, de paso, ponía en entredicho la hegemonía del Lusitania y el Mauritania, dos cruceros de la compañía rival, la naviera Cunard.

«Aquella noche la mar estaba muy calmada, de haber habido olas el vigía las hubiera visto romper contra el iceberg, eso complicó las cosas. Otro factor es la historia de los prismáticos del vigía. Por lo visto, la llave del armario donde se guardaban la tenía un miembro de la tripulación que finalmente se quedó en tierra. Ese fue un error mayúsculo. He navegado esas latitudes y sé que en la época en la que naufragó el Titanic hay icebergs, por tanto los prismáticos eran del todo necesarios. En cualquier caso, no tener acceso al armario no era excusa porque en el puente siempre hay prismáticos, debería haber ido a pedir uno», explica Ferrando. Con todo, la aparición de témpanos de hielo no debió cogerles por sorpresa, ya que «una serie de barcos avisaron que habían icebergs por la zona». Tampoco ayudó el hecho de que «en la cabina de comunicación no habían radiotelegrafistas de mar, sino de tierra, eran trabajadores de la Marconi». Y parte de su cometido, que además les robaba la mayor parte del tiempo, consistía en telegrafiar los mensajes que el pasaje rico enviaba a amigos y familiares, descuidando otros menesteres que, a la postre, se revelaron cruciales. Pese a todo, los avisos de alarma llegaron al capitán, Edward John Smith, pero «no les hizo caso».

Iceberg

Se avistó el iceberg a unos 500 metros del casco de proa, distancia insuficiente para detener el barco. «Hacen falta dos millas, unos tres kilómetros y medio, para parar una mole como el Titanic. Y además, el barco iba a mucha velocidad, lo cual lo hacía más difícil si cabe». A medianoche, el agua había subido cuatro metros en las partes bajas del navío. Fue entonces cuando el capitán comprendió la magnitud inmanejable del problema y ordenó la evacuación. A las 00.45 el primer bote fue al agua. Pero las lanchas de salvamento eran insuficientes. «Al principio no se dieron cuenta de que los botes no iban al máximo de su capacidad, fue más tarde cuando pudieron ponerle remedio, acercarse al barco y recoger a más gente, pero les dio miedo y la mayoría no lo hizo». A las 2.15 la primera chimenea del buque desapareció. El Titanic se partió en dos; el ensordecedor crujido fue acompañado de explosiones. Cinco minutos después, las tenebrosas aguas del Atlántico se zampaban el hotel flotante más suntuoso construido hasta la fecha. El vía crucis del pasaje precipitado sobre el mar no había hecho más que empezar. Sus agónicos gritos de auxilio solo enturbiaron la quietud de la noche unos minutos, la temperatura del agua –2ºC– dio paso a la severa hipotermia que les segó la vida. En diez minutos, el silencio reinaba en la madrugada.

Cuatro horas más tarde, desde sus frágiles botes, los supervivientes otearon las luces de un barco que se acercaba. Era el Carpathia, que había escuchado el SOS y acudía al rescate a toda máquina. En él llegarían los 710 supervivientes a Nueva York, donde fueron recibidos en el puerto por 30.000 personas.

Inmigrantes que viajaban a hacer las Américas, millonarios con sus elegantes damas, oportunistas y otros hombres de negocios, constituían el grueso del pasaje, dividido socialmente en una pirámide de poder. La falta de botes se cebó especialmente con las clases más desfavorecidas, «que no tenían prioridad en el naufragio». En el capítulo de bajas, los hombres salieron claramente perdiendo, muchos se despidieron como gentlemen cediendo su puesto a mujeres y niños, hubo hasta quien se enfundó un esmoquin para despedirse en cubierta.

Orquesta

Como es bien sabido –James Cameron se encargó de ello–, los ocho músicos que conformaban las dos orquestas del Titanic amenizaron su desalojo. Acompañaron al pasaje hasta el final, con el emotivo Nearer, my God, to Thee como telón de fondo. Es un himno cristiano decimonónico escrito por Sarah Flower y basado en un revelador pasaje del Génesis. Por su parte, el capitán Smith cumplió con la tradición y acompañó al barco en su descenso a las profundidades, donde, más de un siglo después, sigue alimentando el misterio.

El apunte

Una historia de amor en mitad de la catástrofe

Romántica, trágica y la película más cara de la historia en su momento, Titanic fue un taquillazo, de esos que dejan al espectador con el corazón en un puño. El príncipe Carlos, que concurrió en la première, quedó acongojado con la historia de amor que ensalza las grandezas y miserias en mitad del caos en el inhóspito Atlántico Norte, cuando el arrogante transatlántico, diseñado para no hundirse, se fue a pique por el choque con un iceberg.

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