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El 'paparazzi' de la Llar d'Ancians

Con el paso de los años, el manchego Alfonso Tárraga se ha convertido en el fotógrafo y retratista de la residencia

Alfonso Tárraga. | Pere Bergas

| Palma |

Con solo ocho años guardaba ganado en el campo manchego; más tarde aprendió a labrar con caballerías y, con 17 años, Alfonso Tárraga (1935, Alpera, Albacete), llegó a la Isla. «Con el hambre que pasé después de la guerra y dónde fui a parar. Aquí mi primer oficio fue de pastelero. El señor dijo: ‘Aquí aprenderás el oficio y los pasteles que se rompan te los puedes comer'. Buena cosa me dijo, ¡no salía ninguno entero! Creo que no había probado un pastel en mi vida», recuerda con gracia Alfonso, residente de la Llar d'Ancians de Palma, donde se ha convertido en el ‘paparazzi de la residencia'.

Siempre con su cámara fotográfica colgada del cuello, Alfonso inmortaliza todo lo que ocurre en la Llar. «Al llegar a la residencia en 2004 pensé: ‘Algo tengo que hacer'. Unos años después me compré una cámara, los hinché a fotografías y ahora ya no me piden. Tengo fotografías de todo, de los residentes, de trabajadores y de las cosas que se organizan», cuenta Alfonso, que acumula miles de imágenes en varios pendrives, que revisa a menudo en su televisor.

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Como persona aplicada y trabajadora que fue, tras la jubilación a Alfonso la fotografía le ayudó a tener un pasatiempo con el que sentirse productivo. «La mente me decía que tenía que hacer algo. Un día pintaba un pabellón o unas persianas, otro día plantaba un árbol», cuenta Alfonso, a quien también le gusta compartir, por lo que revela todas las imágenes y las reparte entre sus modelos.

Ha tomado miles de fotografías de la Llar en los últimos años.

«No vendo nada, yo lo regalo todo. Me puedo gastar unos 20 euros en el revelado y voy repartiendo las fotografías. Ese dinero lo pierdo, pero me importa tres carajos. Ahora casi no tomo fotos, ¿a quién se las hago si ya los tengo a todos?», dice Alfonso entre risas. Después de su trabajo como pastelero, Alfonso fue albañil, también criado en la casa de unos señores del Born, transportista con su camión y, al final, encontró su trabajo definitivo como taxista. «¡Aquí estoy en la gloria! ¡Nunca he estado tan bien! En mi vida particular había muchos días en los que trabajaba mucho y comía poco; aquí no doy golpe y me hincho a comer. ¡Ahora soy el rey de la carretera!», afirma Alfonso, feliz con su vida actual.

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