Carmen Lomana está en Mallorca disfrutando de la apertura de temporada del hotel Son Caliu. Son sus primeras minivacaciones tras finalizar el estado de alarma y los confinamientos, periodos en los que se ha convertido, más si cabe, en referente de muchos pues afrontó la pandemia con sentido del humor y entrega a la diversión a través de la redes sociales, en un acto de generosidad con sus seguidores que la ha llevado a trabajar más que nunca en los diferentes medios de comunicación, radio, prensa escrita y televisión, con los que colabora. En esta entrevista Carmen nos demuestra por qué no es una socialité más.
No es fácil presentarla... ¿En qué momento se encuentra?
– En uno muy dulce. Me gusta mi vida pero me cuesta mucho definirme. Soy una persona muy libre, independiente, gestiono mi vida, me mantengo yo sin necesitar de estar colgada del brazo de nadie para ser Carmen Lomana, y ser yo misma, y haberme reinventado en un ambiente un poco hostil porque nunca pensé que iba a trabajar en los medios, y cuando llegué mucha gente me recibía de uñas. Mientras el público me quiera, ya está bien.
¿Le molestaba ser cuestionada?
– Mucho, porque no podía ni me interesaba ponerme a explicar quién era. Cuando llegué a Madrid lo hice sola, joven pero con posibilidades, ya me relacionaba bien pues la marquesa de San Eduardo se encargó de introducirme muy bien, en un momento además en que lo único que quería era que pasaran los días, e ir hacia adelante, porque estaba muy triste tras la muerte de mi marido. La respuesta de muchos fue cuestionarme.
Nunca ha presumido de sus orígenes…
– Porque no hace falta. Pertenezco a una familia intachable y maravillosa, que es lo que importa, pero es que además, y para quien le interese, el pedigrí que heredé por parte de padre es impresionante. También el de mi madre, pero no me gusta decirlo, de hecho creo que es la primera vez que hablo de ello en una entrevista. Nunca he dado importancia a mis orígenes, estoy segura que de haber nacido en una familia más humilde estaría igual de orgullosa y de feliz. Cada vez más valoro a las personas por su bondad, por su cultura, por su educación, por cumplir la palabra dada, cosas que hoy no se valoran y en cambio tienen mucha importancia.
¿Cómo fue capaz de reinventarse y convertirse en una de las personas más conocidas de España?
– Porque no tengo miedo y dejo que la vida fluya. Llegué a la televisión por casualidad. Valentino, de quien soy clienta y amiga, se retiraba y vinieron a casa a hacerme una entrevista, después fui a París a su desfile de despedida e hice un programa precioso con Luján Argüelles. Luego me marché a Bali de vacaciones y cuando regresé a Madrid ya era famosa.
La fama no se elige...
– Es cierto. Me di cuenta cuando me pusieron una cámara delante que no me cohibía, que me gustaba. Mi madre estaba horrorizada pero yo quise probarlo, reinventarme, y nunca he hecho nada mejor que eso. Necesitaba salir de la tristeza y nada me ha dado la capacidad de aprender tanto, de sentir tanto el cariño de la gente, de sentir a tantos jóvenes que me siguen, que me adoran, que me llaman ‘mami'. Mi vida de repente se volvió mucho más feliz. Y hasta ahora que ya trabajo en todos los medios y en todos soy feliz. ¿Sabe qué me dijeron cuando me pidieron escribir para un periódico y les contesté que no era periodista? Que un cronista nace y un periodista se hace. Acepté y llevo nueve años haciéndolo.
Siempre ha expresado su opinión…
– Nunca me he cortado y creo que ese es mi gran éxito. Nunca he querido ser políticamente correcta, sí decir educadamente lo que pensaba. Hablar con normalidad y opinar es lo que se debería poder hacer, pero en estos momentos las libertades en prensa y en otros ámbitos están más limitadas que nunca. La libertad de expresión está perseguida en estos momentos. Fíjense en lo que ha pasado con Javier Cárdenas, fue fulminado por decir desde la moralidad lo que pensaba. No aguantan las críticas ni que nadie de su cuerda les tosa. A mi me dejan en paz, afortunadamente. Creo que es necesaria una izquierda cultivada y abierta, y la de ahora no lo es. La COVID-19 es mala, pero es peor la miseria y el hambre que están generando gobiernos como los de España y Balears cerrando los negocios turísticos durante tanto tiempo.
El mensaje que da, el de la reinvención tras la tristeza, es muy positivo para los tiempos que corren…
– A la gente les digo, no tengáis miedo y quereos. Hay que confiar en uno mismo, saber que tenemos posibilidades infinitas de hacer otras cosas y no tener complejo con la edad. Con mi marido viví una vida fabulosa pero soy mucho más interesante ahora que cuando tenía veinte años. Eso mismo les ocurre a todos. La juventud esta sobrevalorada. Ahora sí tengo criterio, cuando me casé era inteligente, pero una pánfila.
¿Cuándo perdió el miedo?
– Cuando me quedé sin mi marido, sola totalmente. Pero tenía a mi madre que era mi refugio y referente, cuando murió hace cinco años sí que me sentí huérfana, sin marido y sin hijos, pero me dije que no me iba a hundir, más después de haber aguantado todo, aguanto lo que me echen. Desde entonces dejo que la vida me vaya guiando y siempre me guía muy bien. Pero hay que saber elegir.
¿Qué le pide a la vida?
– Vivir en paz, en armonía y rodeada de la gente que quiero. Tengo pocos pero muy buenos amigos. Me gusta estar con gente diferente, no aguanto las endogamias, me aburren porque ya sé lo que me van a decir. Me gusta ser transversal, viajar a lo opuesto. Estoy saliendo con alguien que me fascina por cómo es, no por quién es.
¿Está enamorada de nuevo, la veremos casarse?
– No, estoy en un momento dulce. Si fuera algo serio, lo diría encantada. Mire, las viudas que no necesitamos a nadie para sostenernos económicamente, no solemos emparejarnos de nuevo. Al principio es muy duro, pero en cuanto tomas las riendas de tu vida y el mando en plaza, eso es difícil dárselo a un marido. Adoro no tener que justificarme ante nadie. Respecto a lo de casarme le digo que antes de irme a vivir con un señor he de estar casada, nada de hacer vida en pareja. En eso soy como las americanas.