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Giuliana Arioli: «Me dio pena vender la casa porque allí fuimos muy felices»

Giuliana Arioli, fotografiada el pasado martes en el exterior de la casa donde veranea en la zona de Son Carrió. | P. Pellicer

| Palma |

Giuliana Arioli (Colle Isarco, Italia 1926) lleva más de 50 años veraneando en Mallorca. Es viuda del escritor y periodista Joaquín Calvo Sotelo (fallecido en 1993), quien adquirió un solar en la Costa de los Pinos donde en 1970 se construyó el famoso chalet que Pedro J. Ramírez compró en 1999 a Arioli. Desde entonces, veranea en Son Carrió, un tanto alejada de la costa, pero cada mañana va a nadar junto a la zona del Eurotel Punta Rotja. Giuliana es una afamada cocinera que hace unos años publicó su último libro, 90 recetas a mis 90.

Usted llegó a España en 1939, recién finalizada la Guerra Civil y comenzada la II Guerra Mundial.
— Vine a España por una tragedia familiar. Mis padres perdieron dos hijos en los años 1937 y 1938 por enfermedad y un accidente de aviación; estaban hundidos moral y económicamente. Un constructor amigo de mi padre inició unos trabajos en San Sebastián y le dijo que le ayudara y rehiciera su vida. Yo no estuve en el norte, sino que llegué directamente a Madrid.

Su madre le inició en el mundo de la gastronomía. ¿Cuál fue el mejor consejo que le dio?
— Mi madre era una magnífica cocinera y a los 16 años me lanzó a este mundo. Siempre me recalcaba que nunca me creyera que fuera buena.

Usted vino a Mallorca en 1965.
— Mis amigos, los Luca de Tena, junto a otros amigos y socios de Madrid, compraron unos terrenos en la Costa de los Pinos y nosotros adquirimos una parcela. Pero nuestra idea no era construir, porque teníamos una casa en Sitges donde veraneábamos y éramos felices.

¿Y qué ocurrió?
— Que Sitges se fue deteriorando, con mucha vida nocturna de la mala y mucha droga. No era el ambiente más adecuado para mi hijo. Vendimos la casa y decidimos construir en el terreno de la Costa de los Pinos.

¿Quién la construyó?
— Paco Muñoz, que no era arquitecto, pero sí un tío genial. Hasta que la casa fue una realidad veníamos al Eurotel (Punta Rotja) y aquí nos encontrábamos con muchos amigos.

Vista aérea de la casa en la Costa de los Pinos con la polémica piscina.

¿Le gustó Mallorca desde el principio?
— No fue nada difícil porque es un lugar maravilloso que gusta a cualquiera. No hace falta que pases mucho tiempo para que te encante esta isla.

A pesar de que la Costa de los Pinos era un reducto de gente de Madrid, también se relacionaban con gente de Mallorca.
— Sí, sobre todo con los Soler y los Forgas (propietarios de la empresa de perlas Orquídea) que son una gente maravillosa. Además, yo siempre he sido muy curiosa e inquieta y he recorrido muchas veces la Isla para descubrir nuevos restaurantes y platos.

¿Le gusta algún cocinero en particular?
— De nombres no entiendo. Pero sí me gustan mucho los restaurantes Hortella d’em Cotanet, en Sant Joan; sa Sínia, en Portocolom, y Casa Manolo, en Ses Salines.

Sus platos han sido degustados por gente muy importante.
— Sí, porque Joaquín tenía muchos amigos importantes en el mundo de la cultura y la política. Él venía de una familia política y le gustaba mucho pero, por fortuna, nunca entró del todo en este mundo. A mí también me ha gustado la política, pero también me ha asustado. La política es muy peligrosa.

¿Es cierto que usted aconsejó a Pedro J. y a Ágatha que cubrieran la piscina y no la utilizaran para evitarse problemas?
— Eso es totalmente falso. Además, a mí no me gusta dar consejos. Si la casa hubiera seguido siendo nuestra, no habría habido ninguna polémica. Nosotros nunca tuvimos ninguna.

¿Cómo vivió ese conflicto?
— La piscina no era ilegal, se lo aseguro. Bueno era mi marido para no hacer las cosas como se deben...era imposible que admitiera una ilegalidad. Otro cosa era el derecho de paso a través de la costa. Pedro J. puso cámaras e impidió el acceso aduciendo cuestiones de seguridad porque estaba amenazado por ETA. Pero la ley dice que todo el litoral es de uso público.

¿Le dio pena vender la casa?
— Sí, claro. Pero a veces la vida te lleva a hacer cosas que no te gustan. Me dio pena porque fuimos muy felices en esa casa.

¿Su relación con Pedro J. y Ágatha era buena?
— Sí, con nosotros han sido muy amables y cariñosos. Ahora no tenemos relación con Pedro J., pero sí con Ágatha. De hecho, hace unos días nos invitó a su casa de la Costa de los Pinos.

47 años de amor. Giuliana Arioli y Joaquín Calvo-Sotelo estuvieron casados 47 años, hasta que el dramaturgo y periodista falleciera en 1993. Los 21 años de diferencia de edad entre ambos nunca fueron un obstáculo.

Su marido era tío de Leopoldo Calvo Sotelo, expresidente del Gobierno.
— Fue más su amigo que su tío porque Leopoldo se quedó huérfano muy joven y con mi marido tuvo una gran relación. Cada semana quedábamos tres o cuatro veces, aun cuando era presidente del Gobierno.

¿Cómo era Leopoldo?
— Ya sé que puede sorprender, pero era un hombre con un gran sentido del humor. Sólo le superaba mi marido.

Me han dicho que usted fue la impulsora del embarcadero de la Costa de los Pinos.
— Es cierto. Vi que era necesario un embarcadero y llamé a Leopoldo, que por aquel entonces era ministro (de Obras Públicas) y él se encargó de legalizar las obras.

Seguro que conoce al rey emérito.
— No se puede decir que tengamos relación, pero sí le he saludado en muchas ocasiones en recepciones oficiales en La Zarzuela o en el Palacio Real. Lo que está pasando me da pena porque ha hecho muchas cosas muy buenas por España, aunque también muchas tonterías amorosas. Ya se sabe, la carne es débil.

¿Cuál es su secreto para estar tan bien?
— Hago una vida sana. El agua de mar ayuda mucho. Como bien, no poco. Tanto Alejandro como mi nuera son muy buenos cocineros.

¿Con qué disfruta comiendo?
— Con todo, menos con la sopa. Las cosas que más me gustan son los raviolis hechos en casa, la paella, lasagna, quesos, escalope a la milanesa y ensaladilla rusa.

¿Veremos una edición del libro ampliada a 100 recetas a mis 100?
— Quite, quite... lo mejor es no hacer pronósticos a largo plazo a estas alturas.

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