El príncipe Leopoldo de Baviera pertenece a dos de las familias mas prestigiosas y antiguas del Gotha europeo, los Wittelsbalch de Baviera y los Hohenzollern de Sigmaringen, que han llevado varias coronas a lo largo de la historia de Europa y no solo en Alemania donde todavía conservan su enorme prestigio. Sin embargo, ha sido su carrera como piloto de carreras durante casi 50 años la que le ha llevado por todo el mundo. Atendió a Ultima Hora mientras actuaba como jurado en la Mallorca Classic Week, espectáculo vintage en Port Adriano que ha acogido este fin de semana a cientos de aficionados al automovilismo.
¿Qué le parece este acontecimiento que se ha celebrado en Port Adriano en torno a los coches clásicos? Tiene algo de nostálgico...
—Me gusta muchísimo, se ven verdaderas joyas cada año. Es la tercera vez que vengo y lo hago gracias a un amigo.
Su carrera deportiva como piloto es impresionante. ¿Cómo se aficionó a los coches y a las carreras?
—La primera vez que conduje un automóvil fue en la casa de mis abuelos, en el parque del castillo Schloss Umkirch, cerca de Friburgo. Con cinco años ya le pedí al chófer de mis abuelos que me dejara conducir su Volkswagen colocándome sobre sus rodillas. Mi carrera ha sido larguísima en el mundo del automovilismo, más de cincuenta años de manera profesional, pero se puede decir que todo comenzó en ese parque bellísimo.
¿Había tradición automovilística en las familias reales con las que está entroncado, que además también son cuna de grandes industriales, cosa poco sabida?
—Sí, siempre han estado muy unidas la alta nobleza y la industria alemana de los coches pero en mi caso servía de poco. Tuve que empezar con un coche civil, un Opel Kadett porque nadie quería apoyarme por ser quien era. Por fin convencí a mi madre para que me comprara un coche mejor y conseguí mis primeros éxitos. Entonces ya me vi con fuerzas para pedirle a mi tío, el soberano de Hohenzollern-Sigmaringen, que me comprara un Mini Cooper pero solo me lo quiso prestar. Ganaba algunos premios pero no lo suficiente para poder comprarle el coche a mi tío. Tras dos años sin ingresar un marco en la cuenta de mi tío este curiosamente acabó regalándomelo, así que algo de bueno vería en mí. Ser príncipe en estas circunstancias no ayuda mucho.
Se podría pensar lo contrario…
—Pues al principio se reían de mí, pensaban que era un capricho de niño rico y consentido pero al final lo conseguí. Lo mismo le pasa ahora a mi ahijado el príncipe Carlos Felipe de Suecia, hijo del rey de Suecia. Es un buenísimo piloto, pero le cuesta mucho más que a otros.
¿El glamour que rodea la Fórmula 1 es real?
—Real lo es, pero también hay mucho teatro lógicamente.
¿Cuál es el momento culmen de su carrera, aquel en el que dijo lo he conseguido?
—Una carrera de hielo en Alaska, muy difícil y a la que me invitaron pensando que se iban a reír de mí y en revancha gané todas las pruebas. Los americanos nunca más me invitaron. He corrido las míticas 24 horas de Le Mans, el Grand Prix de Mónaco, donde he hecho muy buenas puntuaciones. Son pruebas que uno no puede imaginar, el ambiente es mágico pero las carreras son durísimas ya que pasas de 400 km por hora a 80 para girar una curva en un segundo y volando.
¿En qué consiste su trabajo actual?
—Sigo conduciendo para BMW, soy su embajador, represento a la Casa Real de Baviera en multitud de actos y fundaciones y además tengo una marca de trajes típicos de Baviera de gran éxito, también en España.
¿Qué piensa de las monarquías hoy?
—Tienen poco poder político y para que sobrevivan han de ser simpáticos, humildes y huir de los escándalos.