Los caballos de pura raza mallorquina fueron poco conocidos hasta hace unas décadas. Apenas había 33 ejemplares en 1986, por lo que estaban a un paso de la extinción. Pero esos animales de un elegante color negro azabache se han recuperado. En la actualidad hay 328 caballos de esta raza gracias a la dedicación, primero, de apasionados como Pedro Salas y su hija Marieta y, ahora, de personas como la austriaca Marion Hackner.
Marion es la criadora más importante de estos caballos en la Isla. Un total de 80 caballos pastan con sus descendientes en su finca de diez hectáreas cerca de Algaida. Quince son mallorquines, y algunos son ganadores de premios. «He creado un lugar para ellos donde naturalmente pueden vivir en manadas», dice esta mujer de 46 años que llegó a Mallorca en 2003.
Estos animales ahora tan admirados no siempre tuvieron una vida relajada. En siglos pasados sirvieron a los pagesos como caballos de transporte y labor. A mediados del siglo XIX otras razas de caballos entraron en Mallorca. La maquinaria agrícola también experimentó avances, y los caballos fueron desapareciendo de la escena.
Los caballos mallorquines están reconocidos desde 1988 como raza independiente. Este hito se consiguió gracias al empresario Pedro Salas, quien trabajó con ahínco para conseguir el registro oficial.
Negros, de formas suaves
Lo más representativo del caballo mallorquín es su pelaje negro. Como una insignia, solo se aceptan pequeñas manchas blancas en la frente. Presenta orejas pequeñas y rectas, una estatura elegante y poderosa con un cuello bastante corto y una melena exuberante, a menudo ondulada y una cola densa. «Sus formas suaves y su carácter equilibrado y afable hacen que el caballo mallorquín sea agradable de montar», explica Marion. «Son resistentes y adecuados para la doma y el western, así como para montar en sillas para damas. Y es curiosos, porque en Mallorca apenas se les conoce».
La criadora trabaja en su finca de Algaida para cambiar esto. Entrena a sus caballos en todas estas disciplinas y los presenta en torneos, y con gran éxito. En su finca hay innumerables trofeos. Incluso tiene un rebaño de reses para entrenamiento.
Una fuente de ingresos de la finca es la venta de caballos. Uno o dos animales cambian de dueño cada año. Según de su edad y nivel educativo, cuestan entre 2.500 y 10.000 euros.
La finca de Marion cuenta también con muchos perros y loros entre sus ‘residentes'. Ella explica que no tiene tiempo para otras aficiones: «Incluso se hace difícil encontrar una pareja que se pueda manejar con todo esto», admite, pero es feliz: «Mis animales son muy importantes para mí. Ellos nunca decepcionan».