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Gemelos de oro blanco para el Príncipe

-Voy a ponérmelos.- dijo el Príncipe de Asturias, tras abrir la caja que le acababa de entregar Matias Rotters, el presidente de Sebime. Contenía un gemelos en oro blanco con incrustaciones de nácar.

Rotters era uno de los pocos asistentes al aperitivo que ofreció el Consell de Menorca a los Príncipes de Asturias una vez hubo concluido el acto institucional. Todos los periodistas habían marchado al Claustro del Carme, pendientes de la reunión con diez empresarios locales, pero Don Felipe y Doña Letizia seguían en la sede del Consell.

El industrial de origen alemán residente desde hace años en Menorca, representante consular de aquel país en la isla, encabeza hoy la asociación de empresarios bisuteros Sebime. Acompañado por la secretaria de la conselleria Tuni Allés, obsequió a Don Felipe con aquellos gemelos. Le gustaron tanto, a él y también a Letizia, que decidió quitarse los que llevaba y los sustituyó por los que acababa de recibir. Matias Rotters también entregó a los Príncipes un ejemplar encuadernado de la historia de Sebime. Pertenece a una serie limitada de dos ejemplares. El primero fue entregado a Don Juan Carlos.

Don Felipe estuvo «borboneando» mientras compartió el aperitivo con los alcaldes, consellers y otras autoridades locales. Saludó con cordialidad al obispo, Joan Piris, y al vicario general, Rafel Portella, pendintes de que se hiciera público, a las doce del mediodía, el nombramiento del nuevo obispo auxiliar de Valencia. Amables, cordiales, con ganas de caer bien, los Príncipes quisieron saludar a todos.

Cuando se marchaba, tras una maratón de apretones de brazos, saludos, fotografías y algún que otro achuchón, tuve oportunidad de preguntarle al Príncipe sobre los gemelos que lucía. «Son espléndidos, un magnífico regalo», respondió con satisfacción.

Los Príncipes habían llegado a Menorca poco antes de las doce del mediodía, con treinta minutos de retraso sobre el horario previsto por culpa del viento, que azotaba la cola del helicóptero en el que viajaban desde Palma.

Menorca les recibió con un día gris y plomizo, pero con el calor de la gente, que les esperaba desde horas bien tempranas frente a la sede del Consell en Maó.

La Princesa vestía un conjunto de falda y chaqueta de tejido ligero, en color beige, un tono poco favorecedor que acentuaba la palidez de su rostro. Alegraba el dos piezas con unos taconazos en rosa fucsia intenso, de nuevo de alto tacón, y el mismo bolso que lució el día anterior en Mallorca para acudir a la Part Forana, con adornos en piel también rosa. Don Felipe llevaba traje gris, camisa verde muy claro y corbata también verde, en este caso manzana, podríamos decir, asturiana.

Poco a poco, las inmediaciones del Consell se iban llenando de público. En las primeras filas, varias mamás con bebés resistían el viento húmedo y frío.

«Es una pena que haga mal tiempo porque hasta ayer teníamos sol», comentaban Carmen y Miguel, trabajadores del Consell que se habían mezclado con la gente para obtener una buena perspectiva de los Príncipes.

Mientras esperábamos que aterrizara el helicóptero, nos enteramos del motivo por el que doña Letizia se había quedado en Son Vent mientras su esposo, acudía el lunes al Parlament, por la mañana, y a la UIB, por la tarde. No fue por cansancio ni por recomedación del doctor. La razón es bien sencilla, la Princesa sufre náuseas como cualquier mujer embarazada.

A todo esto nuestro redactor Jordi Ribera tuvo que abandonar precipitadamente el escenario porque su esposa Carmen se había puesto de parto en el Hospital Verge del Toro. Un grupo de niños del colegio La Salle de Maó también acudió ayer a la sede del Consell en compañía de sus profesores. El contingente infantil, de sexto curso de ESO, llamaba la atención por la gorra blanca que cubría sus cabezas. En ella lucían orgullosos el logotipo del centenario que la orden salesiana celebra este año. Miguel Guillem, un chaval muy gracioso y espabilado, nos explicó el motivo por el que no se encontraban en clase. Lo tenía muy claro: «Hoy es fiesta común, toda la gente tiene que estar aquí». Por supuesto, todos sabían que la Princesa está embarazada. Los chicos querían que el bebé fuera niño y las chicas, niña.

Tras el acto institucional llegó el auténtico baño de multitudes cuando la comitiva se trasladó al Claustro del Carmen, en el centro de Maó, un antiguo mercado rehabilitado como centro cultural. Los coches oficiales habían aparcado en la Plaza del Príncipe, a escasa distancia del claustro. El delirio comenzó cuando los Príncipes recorrieron a pie la calle Miranda. Más gritos, aplausos, más piropos, más «Felipe guapo» y más cámaras y móviles para obtener un recuerdo de tan grata visita. Don Felipe y doña Letizia correspondían estrechando manos, repartiendo sonrisas y saludos a un lado y otro, cambiaban de acera. Uno iba a un lugar, la otra al otro. No sé si ocurrió por contagio, por el climax y la emoción que impregnaba la zona, pero se vio emoción en el rostro del Príncipe, cuya cabeza sobresalía entre el gentío. En Ciutadella se desbordaron las emociones.

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