Según datos de Sanidad, mientras que en 1987 fumaba el 51'8% de los jóvenes de 16 a 24 años, en 1997 sólo lo hacía el 39'6%. No obstante, las cifras se invierten en el caso de los adultos (de 25 a 44 años), pasando del 48'9% en 1987 al 52'5 diez años después. La disminución en el consumo de tabaco se ha observado también en otros países, como Alemania, Dinamarca, Finlandia, Noruega o el Reino Unido. En la franja de edad inmediatamente superior (de 45 a 64 años) el consumo prácticamente se mantiene (con una tímida reducción del 28 al 27'4%), reduciéndose en el caso de los mayores de 65 años (del 15'3 en 1987 al 10'3% en 1997).
Destacan también las diferencias que se registran en el consumo de tabaco en función del nivel de estudios, dándose la circunstancia de que la prevalencia resulta generalmente mayor cuanto mayor es el nivel académico. Así, en 1987 fumaba el 17 por ciento de las personas sin estudios, el 27'5 por ciento de los que tienen estudios primarios, el 45'1 por ciento de los que ostentan estudios secundarios y el 40'6 por ciento de los que han superado estudios de tercer grado.
Según Sanidad, la importancia de la prevención se demuestra con el hecho de que los jóvenes que evitan el tabaco «tienen una gran probabilidad de no ser fumadores en la época adulta» o de ser, al menos, fumadores moderados.
El consumo de tabaco está determinado generalmente por la concurrencia de condicionantes individuales y sociales, entre los que destacan la conducta de familiares y demás allegados sobre este hábito. En este punto, y aunque no está clara la asociación entre consumo parenteral y filial, «sí parece que lo está la influencia en la iniciación del consumo de tabaco por parte de un hermano mayor y sobre todo de los amigos».