La memoria, tan selectiva siempre, arrincona algunas de nuestras más dolorosas vivencias para que podamos seguir adelante, pero no las borra. Es una cuestión de supervivencia. Las sirenas sonando esta madrugada en Sant Llorenç des Cardassar y el ensordecedor rugir de los torrentes, cargados de agua, nos devuelven irremediablemente a cuatro años atrás, a ese 9 de octubre de 2018, a ese fatídico martes en el que el cielo se desplomó sobre el Llevant de Mallorca y se llevó trece vidas por delante. Este viernes nos volvían a llegar imágenes de Sant Llorenç, de sus calles y torrentes a rebosar, vídeos de vecinos que han pasado en la noche en vela, pendientes, vigilantes. También de esa alarma atronadora advirtiendo de peligro, y que quizá sólo hayamos oído en las crónicas internacionales en los informativos de televisión cuando abordan alertas de tsunamis o terremotos en territorios bien lejanos.
Aquel fatídico martes volvía a cobrar protagonismo, tan solo a dos días de cumplirse cuatro años de la torrentada. Sant Llorenç ha vuelto a rememorar de nuevo en plena noche aquellas primeras horas de lluvias intensísimas, torrenciales, de 2018; y nuestra memoria nos devuelve con nitidez las primeras imágenes del día 10 de octubre, con la llegada de la luz del día. Coches amontonados en las calles embarrizadas, torrentes desbordados, puentes destruidos, hogares totalmente perdidos, los trastos en las calles, familias sacando lodo de sus casas... Caos, dolor,... Las noticias de los desaparecidos y la confirmación de las primeras víctimas mortales.
A Sant Llorenç le ha tocado revivir aquello, su crónica de sucesos más dura y triste. Ahora, cuatro años después, hay alertas, avisos y más prevención, pero el plan de gestión del riesgo aún está en proceso, todavía está incompleto. Afortunadamente, ha llovido con ganas, pero sin incidentes graves, sin daños personales, sin todo aquello que convirtió un episodio meteorológico en un drama, que no dejaremos de recordar, pero que no podemos permitirnos volver a vivir.