Este lunes no fue un día feliz para los trabajadores del hotel Samos de Magaluf. Era el primer día de este periodo de confinamiento y el día elegido también por la empresa para entregar el finiquito a sus empleados, después de que, hace apenas una semana, la propiedad se viera obligada a cerrar debido a la pandemia de coronavirus. Y no lo hizo sólo con una ocupación del 100 por cien, gracias a los turistas del Imserso; sino también con la cámaras frigoríficas llenas a hasta los topes. Una comida que, irremediablemente, se hubiera echado a perder en pocos días, si la propiedad del hotel no hubiera decidido regalarla a sus trabajadores.
«Ha sido un detallazo», relataba a este periódico, con la voz notoriamente emocionada, Jesús Macarro, empleado del departamento de comedor.
Jesús, como el resto de los 120 empleados, tenían cita para firmar el finiquito. Pero el domingo, a través del grupo WhatsApp de su sección, el maitre les comunicó que podían pasar por el economato para recoger un lote de alimentos. Cada jefe de departamento hizo lo mismo. Así, al llegar, Macarro y el resto de empleados del Samos se pudieron llevar un surtido de frutas, verduras, hortalizas y bolsas de carne que el mismo propietario del hotel, Cristoph Gräwert, repartía de forma equitativa. «Es un detalle muy grande por parte del dueño», repetía una y otra vez Jesús Macarro.
Por su parte, el director del hotel Samos, Francisco Muñoz, aseguraba que el reparto de alimentos perecederos es algo que «se hace de buena fe, no para que se publicite». Muñoz explica que, debido a la pandemia, el establecimiento tuvo que cerrar sus puertas «de golpe y porrazo, con 800 clientes alojados y las neveras a rebosar, a pleno rendimiento. Con los turistas del Imserso, la circulación de alimentos es mayor que en julio», añade el director.
Al final de la mañana, en cuestión de dos o tres horas, las conservadoras del hotel quedaron. Las neveras de sus trabajadores un poco más llenas, como un poco también sus reservas de esperanza.