En uno de los extremos del polígono de Son Rossinyol, al límite con el de Son Castelló y pegado a un centro educativo, se esconde un poblado chabolista perimetrado por una barrera, los límites de aquella escuela y la vía del Tren de Sóller, que a apenas unos metros de la residencia forzosa de ese grupo de sintecho llama la atención por su inconfundible sonido y traqueteo.
En el interior de ese asentamiento, cerca de una decena de personas, la mayor parte de origen magrebí y dedicadas a la recogida y venta de chatarra y otros materiales, se cobija en unas barracas perfectamente levantadas y repartidas, apoyadas en un muro buena parte de ellas, pero todas con vistas al tramo ferroviario que, a escaso margen, tienen como 'vecino'.
La buena conservación de la estructura ferroviaria del Tren de Sóller es una garantía a la hora de reducir los riesgos para los habitantes de este poblado, que rondarían la quincena de personas, y que a su vez genera incertidumbre entre los empresarios y trabajadores de la zona, que han visto cómo se han producido varios incendios en chabolas o vehículos.
Como el que acaeció días atrás, cuando ardió por completo una chabola abandonada, obligando a actuar a los Bomberos de Palma. Unos sucesos que preocupan a los empresarios de Son Rossinyol por la proximidad de diferentes industrias y naves en las que se almacenan productos y materiales inflamables.
No muy lejos, tras la estación de la ITV de Son Castelló, y en el cauce del torrent de Na Bàrbara, próximo también al asentamiento de Son Rossinyol, se levanta otro poblado de grandes dimensiones, aunque con un riesgo añadido al estar al pie del cauce del citado torrente y que ha sido perfectamente delimitado por sus habitantes, siendo visible desde la vía pública.