Juan Carlos I, quien hoy cumple 70 años, ha conseguido con firmeza, renuncia, espontaneidad y visión de futuro convertirse en «el Rey de todos los españoles» y ser durante 32 años el jefe de Estado de un país moderno, que es conocido en todo el mundo gracias a su permanencia.
Los primeros años de vida y de reinado del Rey no fueron fáciles. Primero tuvo que renunciar a su familia y trasladarse desde el exilio a una ciudad como Madrid, entonces extraña para él, cuando sólo tenía diez años y con el «casi» único apoyo del general Franco.
Sería de la mano de ese mismo dictador de la que llegaría a la Jefatura del Estado ante el escepticismo de una mayoría de ciudadanos, cuya confianza logró ganarse gracias a su quehacer diario hasta conseguir que, desde hace un cuarto de siglo, la monarquía sea una de las instituciones más valoradas por los españoles.
Don Juan Carlos tuvo claro desde el primer momento que una Corona a la vieja usanza con todos los poderes tenía los días contados y no dudó en renunciar y en someterse a los mandatos de una Constitución, la de 1978, para conseguir la plena restauración de la Corona.
Constitución
Carta Magna a la que reiteradamente se ha referido siempre, para recordar que en ella se recoge como sistema de Estado una monarquía parlamentaria, que se sustenta en la indisoluble unidad de España.
Sin duda, su reacción ante un hecho como el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 hizo que, también de golpe, esa noche todos los españoles le reconocieran como su jefe de Estado y sumara muchos puntos en su haber.
Sin embargo, esa situación por sí sola no habría bastado para que 27 años más tarde el Monarca contase, como cuenta, con el respaldo de la mayoría y pudiera seguir confesando una y otra vez su firme voluntad de servicio a España y a los españoles.
Han sido muchas horas de conversaciones privadas y públicas, miles de actos dentro y fuera de España para consolidar esa confianza, avalada por su presencia en momentos transcendentales para la gente, como un funeral de Estado por los asesinados el 11 de marzo de 2004 en Madrid o los 62 militares muertos en una avión en Turquía unos meses antes.
Los españoles han podido sentir en estos 32 años la presencia de un Rey, que cuenta en todo momento con la profesionalidad y humanidad de la Reina, cercano y campechano, que no duda en saltarse el protocolo cuando lo considera oportuno, para poder estrechar una mano o acariciar a un niño, en su recorrido por los distintos puntos de España, que este año ha coronado con su visita a Ceuta y Melilla.
Pero tampoco necesita que le recuerden ni le indiquen cuándo debe ponerse firme, como pasó el 10 de noviembre de este año en Santiago de Chile, en el que puso fin a la impertinencia del presidente venezolano, Hugo Chávez, o cuando desde cualquier lugar del mundo ha condenado rotundamente los atentados de ETA.
Ha dado muestras permanentemente de su compromiso con los problemas que afectan directamente a los ciudadanos y, entre ellos, sin ninguna duda, la lucha contra el terrorismo, que le lleva reiteradamente a emplazar a los partidos políticos a volver al consenso, que hizo posible el más largo periodo de estabilidad de la reciente historia de España, la de su reinado.
También ha permitido que se conozcan en público algunas de sus emociones, como cuando murió su padre, el Conde de Barcelona, o la alegría de ser padre - cuando nació el Príncipe brindó con los periodistas- o abuelo. Jefe supremo de las Fuerzas Armadas, su paso por las academias militares le sirvió para formar su carácter y acercarse a los miembros de los tres Ejércitos. En ellas aprendió disciplina y cómo ganarse el favor de los soldados. Ha viajado por los cinco continentes - ha visitado casi cien países, y cada año da más de una vuelta al mundo para consolidar el prestigio de España en el exterior.