ALMUDENA DOMENECH-VIGO
Las costas gallegas se convirtieron ayer en un hormiguero de más de
10.000 voluntarios vestidos de blanco y amarillo, que, cansados por
el esfuerzo y cubiertos de fuel hasta las cejas, no se achican ante
el trabajo duro y combaten como pueden la catástrofe del petrolero
«Prestige».
La primera imagen de los que alguna vez se deleitaron con el paisaje del litoral gallego es desoladora, y, por unos momentos, es imposible decir nada ante la visión de una plasta negra, pegajosa como un chicle, que se extiende por todas partes.
A ese triste escenario, hay que añadir la presencia de un rosario de marineros, pescadores y jóvenes que, de forma coordinada, pero a un ritmo vertiginoso para adelantarse a la pleamar, trabajan en filas para arrancar el fuel y trasladarlo hasta los contenedores más cercanos, mientras llegan, de cuando en cuando, aves petroleadas.
El tesoro del parque nacional de las islas atlánticas está invadido por toda esa gente que ha desbordado las previsiones del Ejército, Protección Civil y Cruz Roja, organizaciones que se esfuerzan por no desatender a estas personas, que han renunciado con generosidad al puente de la Constitución y que se han puesto manos a la obra.
Aquí no hay diferencias ni nacionalidades, el traje protector, los guantes, las gafas y las mascarillas garantizan el anonimato de quienes tienen en común el deseo de aminorar las consecuencias del siniestro, dando muestra de que, una vez más, las desgracias unen. En algunas de las zonas afectadas, grupos organizados se encargan de hacer listados de voluntarios para trasladarlos a la Xunta e intentar que reciban la cobertura de algún tipo de seguro por si a alguien le ocurriese algo.