Karl y Monika Finken aman Mallorca. Conocieron la Isla en 1987 y, desde entonces, la convirtieron en su segundo hogar. Lo que comenzó como un destino de vacaciones se transformó con el tiempo en una forma de vida: primero como turistas, después como huéspedes de larga estancia y finalmente como inquilinos fijos en la Colònia de Sant Jordi. Durante la última década, pasaban medio año en la Isla y el otro medio en su ciudad natal, Mönchengladbach (Alemania). Hoy, sin embargo, se marchan para no volver.
«Éramos visitantes habituales en primavera e invierno. Solo evitábamos el verano porque el calor era excesivo para nosotros», explica Karl Finken. Pero ahora, lo que hay es un adiós definitivo, marcado por la decepción… Y una profunda melancolía. «De alguna manera, ya no nos sentimos bienvenidos», afirman en declaraciones al Mallorca Magazin.
Mallorca, recuerdan, fue durante años un paraíso de calma, belleza y cercanía. «En los hoteles nos recibían con un ‘Bienvenidos a casa’, y así nos sentíamos realmente». La playa de Es Trenc era entonces un rincón casi secreto, sin hamacas ni aglomeraciones. «Era naturaleza pura», rememora Karl.
Disfrutaban de pescado fresco en los chiringuitos, de paseos al atardecer por la orilla del mar, e incluso de veladas bailando en Platja de Palma, «cuando aún se llevaba chaqueta y vestido de noche». La Isla les ofrecía calidad de vida y un refugio emocional.
En 2015 dieron un paso más: alquilaron un pequeño apartamento en el sur de Mallorca. Querían integrarse más, vivir el día a día local. «Mi mujer cocina de maravilla, y con los mercados y la calidad de los productos frescos, era una delicia preparar nuestras propias comidas. Para nosotros, eso era el paraíso».
El desencanto
Pero la magia se fue desvaneciendo. Ya antes de la pandemia, empezaron a notar un cambio en el ambiente. La demolición de los chiringuitos de Es Trenc, en 2017, fue un punto de inflexión. «No solo desaparecieron esos lugares donde pasábamos horas maravillosas, sino también quienes cuidaban la playa, mantenían la limpieza, los baños, el orden. Hoy es un caos higiénico. Fue un símbolo de cómo todo empezaba a cambiar».
También perciben una transformación en el tipo de turismo. «La Platja de Palma de antes era para mayores y grupos tranquilos. Ahora solo hay borracheras sin control», lamenta Monika. La imagen de la Isla que difunden algunos medios alemanes no ayuda, dicen: alimenta estereotipos y una visión desfigurada de Mallorca.
Uno de los factores que ha precipitado su marcha es la imposibilidad de renovar el alquiler de su vivienda sin asumir un coste prohibitivo. «Nos pedían el doble. No lo podíamos sostener», cuenta Karl. Acusan a algunos propietarios de querer especular a cualquier precio: «Muchos han visto en el extranjero una mina de oro. Primero vendieron Mallorca al mejor postor, y ahora quieren exprimir cada metro cuadrado».
Y ven con preocupación la situación de la gente local que no puede permitirse una vivienda digna. «Entendemos perfectamente la frustración. Pero no puede ser que se culpe al turista común de una política fallida en materia de vivienda y planificación territorial», afirma Monika. Y añade: «El verdadero problema no somos nosotros, sino una política ausente que ha dejado todo en manos del mercado».
La pareja admite que las recientes protestas contra el turismo masivo les afectaron profundamente. «Al principio pensábamos que no iba con nosotros. Pero poco a poco empezamos a sentirnos incómodos, confiesa Karl. Se refieren a las movilizaciones ciudadanas que han llenado las calles de Palma, Inca o Sóller en los últimos meses, donde miles de personas exigían límites al turismo y acceso a la vivienda para los residentes. Aun así, rechazan que el turismo - ni siquiera el extranjero de larga estancia como ellos - sea el culpable. «La raíz del problema es una política incapaz. No se ha hecho nada durante décadas, especialmente en materia de vivienda», afirman. También critican la pasividad de las grandes cadenas hoteleras. «Ganan miles de millones aquí, pero no participan en soluciones. Ni siquiera construyen viviendas para sus empleados».
Gratitud y despedida
Sin embargo, la pareja se despide sin rencor. «Nos vamos con gratitud. Conocimos una Mallorca maravillosa», dicen. Destacan especialmente la amabilidad de muchos mallorquines, sobre todo en la Colònia de Sant Jordi. «Gente de la isla cordial y abierta. Los vamos a echar de menos, igual que a nuestros amigos alemanes que siguen viviendo aquí». Lo que queda es la incertidumbre por el futuro de la isla. Monika concluye: «Vamos a echar de menos Mallorca. Pero la vida continúa. Estamos preparados para lo que venga».
Los políticos ha hecho oídos sordos a las quejas de la masificación, a los precios de los alquileres a que los negocios estén en manos de extranjeros ( porquè está plagado de italianos Formentera y Mallorca) por qué ellos pueden poner negocios y no los de aquí? Por qué hay tantos residentes ? Los políticos no han hecho ni caso durante décadas. La isla vive del turismo y cuando se mira hacia otro lado ante las quejas, pasa lo que pasa.