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ENTREVISTA

«Se creía que se podía todo pero con el agua no se puede jugar»

El urbanista Biel Horrach, analiza el impacto del cambio climático y el crecimiento de las precipitaciones en el territorio

Biel Horrach, en el centro de Palma, tras regresar de Valencia. | Alejandro Sepúlveda

| Palma | |

Forma parte del Laboratorio Interdisciplinar del Cambio Climático de la UIB, una estructura científicotécnica formada por diferentes especialidades que, entre todos, dan una visión poliédrica de la situación que ya no es un futurible: sus efectos, por desgracia, ya están aquí. Precisamente la DANA le pilló en Valencia, donde Biel Horrach, doctor arquitecto y urbanista, estuvo atrapado casi 30 horas en su aeropuerto, tras participar en un congreso sobre urbanismo y cambio climático.

¿Qué está pasando?
—Se ha incrementado la temperatura del Mediterráneo, así como la del planeta. Esto provoca que haya episodios de tormentas más a menudo y más violentos. Los expertos en climatología ya advierten que hemos llegado a un punto de no retorno, por lo que habrá episodios muy importantes en las ciudades y en el territorio, donde la situación será cada vez más complicada. En la costa valenciana y en Balears se dan el mismo tipo de tormentas, donde los efectos pueden llegar a ser más impactantes si se sigue el calentamiento global.

¿Hemos aprendido algo respecto a tragedias anteriores?
—Tras el desastre de Valencia de 1957 [por el desabordamiento del Turia, lo que provocó el desvío del río], tenemos una mejor tecnología aunque no hemos mejorado. Los asentamientos e infraestructuras no han respetado el paisaje litoral. Las áreas urbanas y metropolitanas han crecido sin entender las dinámicas de la naturaleza, lo que está alzando los impactos de fenómenos como la DANA.

¿Qué ha pasado en la zona de Valencia?
—Se ha llevado a cabo un proceso de canalización de torrenteras con cajas de hormigón y se han impermeabilizado las ciudades. Todo el sistema urbano al que pertenece Catarroja, en el barranco de Chiva, es una franja urbanizada que corta la zona agraria de la Albufera. Todos los cauces naturales se encuentran allí y estas dinámicas naturales no se han integrado dentro del urbanismo y la ordenación del territorio. Es necesario regenerar, pero ahora desde la perspectiva climática.

¿Qué situación tenemos en Baleares?
—La Ley balear del Cambio Climático dice que hay que incluir la perspectiva climática de forma integral. Hay que mitigar sus efectos, reduciendo emisiones de CO2 descarbonizando la movilidad o el parque edificado. Pero también hay que incluir medidas de adaptación al cambio climático. Vamos hacia un incremento de impactos meteorológicos, así que cada actuación debe contribuir a adaptar la ciudad. Cada reurbanización de una calle debe integrar soluciones como los sistemas urbanos de drenaje sostenible, haciendo la ciudad más permeable. Ante la lluvia necesitamos ‘ciudades esponja’ frente a las canalizaciones de agua que se colapsan y acaban lanzando vertidos al mar que contaminan.

¿Qué podemos hacer para adaptarnos a este nuevo escenario?
—Hemos heredado una ciudad y ante episodios excepcionales tenemos que optimizar medidas para evitar daños humanos y materiales. También tenemos que preparar el terreno ante acontecimientos futuros con infraestructuras que deben adaptarse. Estos episodios van a suceder más a menudo, así que hay aplicar el ‘land scape urbanism’, que integra las dinámicas del agua. Desde un punto de vista regulatorio, no se pueden rebajar las exigencias en las actuaciones urbanas: ni en las aisladas, ni en las de mayor escala. No podemos bajar la guardia.

¿Qué previsiones se manejan en el Laboratorio del Cambio Climático?
—Hay que trabajar en los escenarios más desfavorables. El IMEDEA emitió un informe en 2008 sobre los impactos del cambio climático. A día de hoy estamos más cerca de los pronósticos más graves. En caso de lluvias intensas hay que recuperar el espacio del agua en lugar de limitarlo, hacer los suelos más permeables para preparar el territorio ante sequías y olas de calor al recargarse los acuíferos.

¿Cómo se trabaja en otros países?
—En Países Bajos saben que tiene que planificar y gestionar de forma muy óptima su territorio. Llevan a cabo un plan territorial cada diez años. Después de décadas de ganar espacio al agua, sus políticas urbanas-territoriales integran el agua creando grandes espacios inundables controlados y grandes parques que reducen la velocidad del agua. Tal y como han hecho ellos, hay que recuperar el respeto al agua: entornos permeables, almacenar aguas de lluvia, crear grandes espacios abiertos y aljibes para resistir las puntas de precipitaciones mediterráneas. Se creía que todo era posible pero con el agua no se puede jugar. En mi etapa en la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), junto con la Universidad Tecnológica de Delft (Países Bajos) y la Università IUAV de Venecia, ya trabajamos en la retención y gestión urbana del agua.

Durante años se ha construido en cauces y en zonas inundables. ¿Estamos pagando la factura?
—No hemos respetado el agua. Los marineros lo tienen muy claro: hay que respetar las normas del mar. Aquí no hemos tenido en cuenta cómo funciona el agua o los regímenes de lluvias. Muchas veces no llueve y cuando lo hace, llueve mal. Es necesario que integremos mejor el conocimiento sobre los regímenes de precipitaciones en nuestra ordenación urbano-territorial porque ya conocemos el impacto que puede tener sobre las personas

En los libros se recuerda el desbordamiento de sa Riera de 1613.
—Murieron 5.000 personas cuando Palma tenía 20.000 habitantes. La ciudad islámica creció en estructuras de huertas, que eran más permeables a las lluvias. Luego la ciudad creció en espacios de alto riesgo o en los márgenes del torrente. De hecho, la parte de Canavall fue más afectada que la de Canamunt.

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