Hassan Abeid Salem nació en Sidi Ifni, el 1 de agosto de 1957, cuando el territorio aún era colonia española. Sin embargo, nunca consiguió la nacionalidad y al hablar con él enseña una fotocopia de su acta de nacimiento; el único documento que confirma su procedencia y que guarda como oro en paño.
La vida no ha sido fácil para Hassan, que desde hace cuatro años vive en una chabola que el mismo ha construido, recogiendo materiales e incluso poniendo hormigón, junto al torrente de Sa Riera del lado y la calle de Jesús.
Hassan lleva en Mallorca más de 50 años, llegó aquí con un carnet de identidad falso que le facilitó un amigo. Un tiempo después la Policía Nacional se lo requisó y desde entonces estuvo indocumentado. Antes de vivir en la calle Hassan pasó diez años encarcelado, «injustamente».
Según narra un individuo le intentó robar el teléfono móvil cuando salía de hacerse una cura en Son Espases. Hassan se defendió: «He estudiado artes marciales, lo agarré, cayó al suelo y nos enzarzamos». El agresor lo agredió con dos palos, fue entonces cuando Hassan rebuscó en su mochila y sacó un multiusos y le dijo: «Te largas, por las buenas o por las malas». Eligió por las malas. Un mes más tarde se personó la policía en el domicilio en el que vivía por entonces, en la calle General Ricardo Ortega. «Me acusaron de intento de homicidio», explica.
Una década más tarde, tras cumplir su condena, llegó el COVID: «No me dejaron salir, me llevaron a Son Moix con más presos. Pusieron colchones y nos dieron comida durante dos meses», recuerda.
Después de aquello lo enviaron al albergue de Ca l’Ardiaca, entre el cementerio de Son Valentí y la calle de General Riera. Quiso sacarse la tarjeta ciudadana pero no pudo sin DNI, sin embargo, de regreso al albergue pasó por la calle de Jesús y descubrió en qué podía ocupar su tiempo: «Una mujer estaba intentando sacar el coche de donde estaba aparcada pero no podía. Yo le fui dando señales para ayudarla».
Así es como empezó a hacer de ‘gorrilla’ en el parking de detrás de la Biblioteca Ramón Llull. «Empece a ganar cinco, diez y hasta quince euros. Había un coche abandonado y dormía ahí de día a ratos», dice. También encontró una bicicleta que alguien había tirado a la que le faltaba un pedal: «Tenía diez euros, así que se la llevé a un ciclista para que me la arreglara e iba de aquí a Ca l’Ardiaca con ella». Un día volviendo al centro de acogida una de las ruedas se pinchó.
«Volví corriendo, porque cerraban a las 22.30 horas y faltaban cinco minutos. Cuando llegué me encontré al hombre que echaba la cadena y me dijo que ya no podía entrar porque mi cama ya estaba ocupada. Volví aquí y se habían llevado el coche abandona. Así que bajé al torrente y empecé a arreglar esto», explica señalando la chabola en la que vive ahora.
Desde que habita esta zona, los vecinos le echan una mano dándole sábanas, ropa y comida. Además, la Cruz Roja le ha ayudado a regularizar su situación y tras mucho insistir ya cuenta con el pasaporte marroquí, pero sigue a la espera de su tan ansiado DNI español.