Ella es Dios Marie, cubana, a quien conocimos en la pasada Navidad en el aeropuerto, donde vivía. Días pasados, nos la volvimos a encontrar, ahora en Palma. A primera vista, nos pareció una turista: camisa blanca, pantalón oscuro, bolso a juego con la camisa. «Pues desde hace 15 días -dijo-, estoy viviendo en la calle, en los escalones de un convento de monjas próximo a la Rambla. En ellos duermo, apoyándome en un cojín. Y menos mal que unos franceses que tiene un bar cerca me guardan las maletas, que sino, con ellas tendría que estar andando de un lado a otro, como he estado haciendo hasta que llegué a ese lugar…. ¿Y tú sabes lo que es vivir así…? ¡Es terrible…! Porque encima, algunos, cuando te ven pasar por su lado, tirando de las maletas, te miran con desprecios, y lo hay, que además de eso, escupen en el suelo… Menos mal que hay otras personas que te ayudan… Yo no pido nada, pero algunos se me acercan, me dan algo y les doy las gracias… ¿Las monjitas…? Les pedí que rogaran por mi, pero lo que se dice ayudarme, nada. Ni siquiera, viéndome sentada en las escaleras, me han invitado a pasar, o me han ofrecido un vaso de agua».
Dios Marie llegó a Mallorca desde Cuba hace 13 años, «exactamente el 13 de diciembre de 2012», recuerda. Se había casado en La Habana, en el consulado español con un cubano hijo de mallorquín, «con el que me vine a Palma. La intención era la de vivir, como mínimo, un año en pareja y así conseguiría la residencia, pero él, a las pocas semanas regresó a Cuba, y desde entonces no le he vuelto a ver. Se fue, según me dijo, porque aquí no encontraba trabajo». A partir de ahí, su vida ha sido poco menos que un infierno, una constante búsqueda de la estabilidad que da un trabajo y un techo, lo primero imposible, porque sin papeles ni permiso de trabajo, nadie te lo da. Y lo segundo, como consecuencia de lo primero -sin trabajo no hay dinero y si dinero no hay casa-, y pese a que no ha parado de buscarse la vida, ya fuera en Mallorca, ya fuera en Menorca, ya fuera en Valencia, trece años después sigue sin papeles, «pues no se cómo pedirlos, y una vez que estuve a punto de conseguirlo, al final no pudo ser». Y eso pudo haber ocurrido cuando estuvo trabajando en Manacor, en casa de un bombero jubilado, un señor casado, que me trató muy bien, hasta el punto de que, además de hacerme un contrato de trabajo, me dice que va a conseguirme los papeles a través de un a gestoría. Pero, desgraciadamente, este buen hombre fallece, sin que los papeles hayan sido tramitados… Su mujer trata de hacerme otro contrato, pero Extranjería no lo acepta, asi que me quedo como antes, con un pasaporte cubano a punto de caducar, lo que llevo puesto y nada más, lo cual me obliga a seguir buscándome la vida, como puedo….».
La historia de Dios Marie da para un libro sobre supervivencia, sobre como vivir sin nada, solo con la esperanza de que algún día pueda normalizar su situación, encontrar un trabajo y vivir… Podía haberse prostituido, o haber vendido droga… «Pero no -dice con rotundidad-, soy una persona íntegra y como tal procuro vivir».
Además de en diversos techos, bajo los cuales vivía temporalmente, «porque te contrataban para que trabajaras para una cosa en concreta, cuando realmente era otra que nada tenía que ver con lo que te habían dicho que era», Dios Marie paso dos noches en Ca l'Ardiaca. «Fue al dejar la Casa de Familia para mujeres maltratadas, de Manacor… Me vine a Palma, hablé con los de Cruz Roja y me derivaron, como única salida, a ese lugar, donde es imposible vivir, ya que allí hay mucha gente con problemas, unos de salud mental, otros que son alcohólicos, otros, violentos… Así que me fui, ya que allí es imposible vivir».
¿Hemos dicho que estuvo viviendo en el aeropuerto? Porque estuvo viviendo allí dos o tres veces, cada vez saliendo porque alguien le ofrecía un trabajo que luego resultaba que era otro distinto. Para colmo, le caduca el pasaporte, sigue sin papeles y en la calle. Ahora, como decimos, deambulando durante el día, comiendo de lo que puede y dónde puede, y por la noche, recostada en un cojín, durmiendo en unas escaleras de un convento de monjas.
¿Y como te lavas?, le preguntamos. Porque va limpia, aseada. Ya digo, parece una turista. «Me aseo donde puedo, o donde me dejan. Hace unos días unos italianos me dejaron ducharme en su casa. Y es que si durante este tiempo me he encontrado con no muy buena gente, con gente mala, con gente que incluso trata de humillarte, hay también gente buena, como esos italianos o los franceses que me guardan las maletas, o con la mujer que pasa por mi lado y me da algo para que coma».
A día de hoy, como ya hemos dicho antes, Dios Marie está viviendo en la calle desde hace dos semanas, aseándose y comiendo como puede. ¿Papeles? En ello sigue. Nos dice que está empadronada en Palma, que tiene tarjeta del bus, tarjeta ciudadana, pero nada más. Solo que hace uno días, a través de una abogada, ha sabido lo que precisa para tener la residencia y el permiso de trabajo.
Desde la plaza de España, que es donde estamos con ella, llamamos a un funcionario que dice que conoce que está en el consulado cubano de Barcelona. Este le dice que le va a pasar un móvil para que hable con el funcionario del consulado español en La Habana, que el resolverá.
He ahí, pues, la tragedia de esta mujer, llegando a su fin. Siempre y cuando pueda resolver ahora todos estos trámites que le exigen para conseguir los permisos de trabajo y de residencia. ¡Trece años después de haber llegado a la isla!