Mario Satz (Buenos Aires, 1944) dice sentirse un «aprendiz de la kábala», pero nunca un kabalista, a pesar de ser uno de los principales estudiosos de esta disciplina. Filólogo, escritor y traductor, profundiza en sus textos sobre la vida, el sentido de la risa, la muerte y la espiritualidad. Ha forjado un lenguaje profundo y una mirada sensible por la naturaleza. Este viernes impartirá un taller sobre la risa como experiencia inmediata de bienestar a las 19.00 horas en Espai Buit, y estará acompañado de la doctora Nazareth Castellanos. El sábado, día 1, a las 10.00 horas, en el mismo espacio, ofrecerá un encuentro para hablar sobre las letras y la kábala del amor.
Viene a Mallorca a darnos una lección sobre la risoterapia. ¿Qué importancia tiene?
En general, la risa es clave en el sistema inmunológico, oxigena la sangre y nos levanta del abismo. A medida que vivimos, la risa se va perdiendo. Un niño ríe más que un adolescente; un adolescente menos que un adulto. Por eso, hay que intentar reír a través de ejercicios. El taller del viernes se ocupará de los puntos clave y veremos cómo la risa podrá ser suscitada por los otros. Será un trabajo colectivo. Utilizo técnicas yoguis así como tradicionales del teatro de la comedia y de lo clásico. Será una inmersión en el sentido del humor.
¿Qué saldrá de ese taller?
Un momento de risa y de felicidad reverbera durante horas y días, eso es lo que experimentarán. Yo creo que en el tema de la risoterapia fui uno de los pioneros. Hace años publiqué el libro Las vocales de la risa, un ensayo sobre la historia de la risa que vino, posteriormente, acompañado por un pequeño cuento titulado El buda de la risa.
Tengo la sensación de que en el mundo no se ríe lo suficiente.
No es que falte risa, más bien sobra cinismo en el mundo, y por supuesto hay errores políticos incomprensibles. No es casual que en países como Irán, donde se reprimen a las mujeres y los pensamientos alternativos la risa esté ausente o se castigue. Donde hay risa en el mundo, hay tolerancia; donde hay intolerancia, hay ausencia de risa.
Usted no solo habla de la risa. Su herencia literaria presenta muchas miradas. ¿De dónde saca tanta belleza cuando escribe?
Déjame contarte una anécdota de mi libro La Abeja del Rey Salomón. Este rey hablaba con sus animales y un día, maravillado por la cola del pavo real, le preguntó a este animal: ¿Qué es la belleza? A lo que el pavo respondió: «No lo sé, no la he visto nunca». Con esto te respondo de que hay cosas que no se pueden decir porque se definen por sí mismas.
¿Qué le han aportado las lecturas de la Biblia, el Corán o la Torá?
Todo. El lenguaje cotidiano es importante, pero también el lenguaje sagrado que solo se obtiene de estos textos. Estos libros hablan del ser humano, de nuestros antepasados, del respeto a la vida, del Cosmo...
A usted se le reconoce como un kabalista. ¿Hay diferencia entre la cábala y la kábala?
El sábado haré una introducción sobre la Kábala, que es uno de esos lenguajes basados en el hebreo, pero también hay kábala musulmana basada en el árabe. La kábala significa tradición y transmisión de aquellos aspectos incluidos en las lenguas sagradas. Y la cábala se basa en la intuición, los números y la suposición.
¿Cuál es la enseñanza más grande que ha recibido en todo este tiempo?
La que me dan mis nietos. Por cosas que yo comento o comentarios que hago y ellos hacen otras sobre las que comento. Hasta que uno no es abuelo, no se da cuenta de que el tiempo pasa y que una cosa es ser padre y tener responsabilidades y otra es tener casi los placeres de la crianza.
Ha defendido que la vida y la muerte son dos caras del mismo hecho. ¿Defiende reír aún pensando en morir?
Sí, porque solo ríes cuando estás vivo, los muertos no ríen. Los griegos, capitaneados por Aristóteles, no daban el nombre de sus hijos recién nacidos hasta que no tuvieran 45 o 50 días de vida, precisamente porque los niños, en ese momento vital, empiezan a sonreír y a reconocer a los padres. ¿Por qué no ponían, antes el nombre? Porque creían que si no había, antes, un nexo de sonrisa a sonrisa (entre madre a hijo), probablemente ese alma se perdía. En cambio, si sonreía tenía más posibilidad de sobrevivir y estamos hablando de una época donde la mortalidad infantil era muy alta.