Los problemas de vivienda de Mallorca, muestra de la España repleta, se repiten en todo el mundo. Así lo confirma Anacláudia Rossbach, directora del área del área de Latinoamérica y Caribe del Lincoln Institut of Land Policy (Cambridge) y ex consultora en políticas urbanas y vivienda del Banco Interamericano del Desarrollo. Este jueves (19.00 horas) en el Edifici de sa Riera, hablará de la crisis global de la vivienda, en un acto de la Càtedra d'Estudis Urbans de la UIB.
Se dice que el ladrillo es el nuevo lingote de oro. ¿Se puede hacer algo para que la vivienda no sea un activo financiero para la especulación?
Se debe hacer algo. Es una obligación social porque la vivienda tiene una función social y ecológica y es posible combinar ambas facetas. Para las familias, principalmente las más necesitadas, como mujeres jefas del hogar, supone un activo patrimonial con una gran función social.
¿La vivienda es un problema que afecta en todo el mundo?
Hoy en día, y principalmente después de la pandemia, vivimos una crisis global de vivienda que ya ha sido reconocido por la ONU. Y esta crisis de la vivienda es uno de los problemas más relevantes al que se enfrenta la humanidad y que se da en diversos países, porque también está conectada con una crisis ambiental y social.
¿Estamos viviendo una burbuja inmobiliaria mundial?
No creo que yo pueda decir que haya una burbuja pero sí que es verdad que en muchas partes hay ociosidad. En Japón, por ejemplo, hay muchas ciudades intermedias con casas vacías. Los jóvenes no quieren vivir allí y se van a las ciudades más pobladas. Por eso hay promociones en estas zonas, por parte de gobiernos locales para atraer a parejas jóvenes y repoblar estos territorios.
Es un problema similar al de la España vaciada, mientras que Mallorca encarna la España repleta. Otro de los problemas de nuestra isla es la vivienda vacacional.
Hay un problema entre la estacionalidad y la necesidad de vivienda. En América Latina y en EE UU hay muchos espacios vacíos, como por ejemplo oficinas u otros espacios que tenían usos industriales. Tenemos que cambiar paradigmas para cambiar el problema de la vivienda: no es posible que haya viviendas vacías cuando hay tantos problemas. La manera en cómo construimos sigue unos modelos culturales y de pensamiento ideológico. En Estados Unidos las autopistas se construyeron para segregar barrios. Es difícil caminar por una ciudad cortada por autopistas. Y fueron planificadas para una segregación racial, social y económica. Las ciudades no fueron pensadas para las mujeres, po ejemplo. Hay que reconocer la realidad en la cual vivimos, la real capacidad de pago de los hogares, las vulnerabilidades territoriales y consensuar las posibilidades que vamos enfrentando con la ciudad de manera colaborativa. Es necesaria la participación ciudadana para la elaboración de políticas.
En Mallorca el precio de los alquileres ya supera los salarios.
El norte global empieza a parecerse al sur global. El mercado inmobiliario en América Latina, por ejemplo, solo está al alcance del 20 por ciento de la población. El 80 por ciento está excluida, situación similar enfrentan otros países del sur global en África y el sureste asiático. En EE UU la brecha salarios-precio de la vivienda es dramática, hay una carencia de cuatro millones de viviendas, una situación inédita en un país donde la vivienda es principalmente una atribución local. Veo difícil tratar la vivienda si no es a diferentes escalas: la política, y las estrategias nacionales como el marco legal y el ecosistema de financiación y subsidios. A nivel local, con la gestión del suelo y la conexión con las políticas sociales.
¿Limitar el precio del alquiler podría mejorar la situación?
Los límites del precio del alquiler están vigentes hace muchos años en ciudades como Nueva York y es una medida que funciona desde mi punto de vista, pues históricamente ha atendido a muchas personas. En Brasil y en otros países hay otras regulaciones, con la limitación de los aumentos del precio del alquiler al ritmo de la inflación o del alza de los salarios. A los economistas (como yo) no les gusta controlar los precios, pero que una desestabilización inincial del mercado tiende al equilibrio a largo plazo. En situaciones extremas como la que estamos enfrentando, los problemas sociales, la expansión de la pobreza en muchos países, la desigualdad, los flujos migratorios, habrá que pensar en regulaciones más fuertes.
El sueño de muchos europeos del norte es tener aquí una casa con jardín con césped y piscina.
Es el imaginario general. Es insostenible: consume territorio y afecta al medio ambiente, a la producción agrícola y a la seguridad alimentaria. En Sao Paulo hay condominios con campos de golf e incluso piscinas para surfear. Y en EE UU hay una batalla por el agua entre los estados a lo largo del Río Colorado, entre el uso agrícola frente a la expansión residencial. Este imaginario de vivir en una casa unifamiliar en una urbanización ‘segura' con servicios exclusivos es un reflejo de cómo nos globalizamos en vivienda, pero no es sostenible. Hay que pensar de una manera más estratégica el uso del territorio y tener en cuenta que hay una crisis climática planetaria.
¿Airbnb también tiene efectos en América Latina?
En Ciudad de México, por ejemplo, hubo una expansión de los nomádas digitales, que compiten por las mismas viviendas que los residentes, limitando y encareciendo la oferta.
¿Hay solución a esta situación global de la vivienda?
Hay que orientarse hacia un transformación sistémica: orientar los sistemas de financiacón y subsidio al perfil económico de la población, marcos legales que orienten a una planificación urbana más equitativa y sostenible. Es fundamental promover el aprovechamiento de los espacios vacíos y lograr una densificación equilibrada: hay que crecer en altura, no consumir tanto territorio, para minimizar los impactos ambientales, sociales y fiscales por la construcción de una infraestructura adicional. Y hay que apostar por el aprovechamiento del ambiente construido, reciclando edificios. En el sur global, promover la mejora integral de barrios y asentamientos irregulares, su integración en la ciudad, pero con medidas y regulaciones que eviten efectos de la gentrificación.