Hace semanas que el teléfono de Rafel Canyelles no deja de sonar. En una pequeña finca rústica en las afueras de Inca cuida como un tesoro una de las últimas trencadores de almendras que quedan en Mallorca. Siguiendo una tradición que ha pasado de padres a hijos durante generaciones, son muchas las familias que recurren a su servicio para partir las almendras de sus fincas que utilizarán para elaborar los tradicionales dulces de Navidad. Magatzem Canyelles cobra 7 euros por partir un saco de alrededor de 30 kilos, un precio que no ha variado desde que adquirió la maquinaria hace unos diez años, a pesar del incremento del coste de la electricidad.
«Hace diez años que tenemos los mismos precios. No lo hemos tocado. Cuando nos dieron la máquina había otras trencadores en Santa Maria, Caimari, Porreres y Sineu, pero la mayoría han ido cerrando. En principio nuestra idea era utilizarla para consumo propio y para partir la almendra que vendemos en la tienda, pero después un cliente me pidió si podía traerme almendra para partir y el boca a boca hizo el resto. Desde el principio pusimos la misma tarifa que tenían en las otras trencadores», dice Rafel Canyelles.
Aunque hace diez años los clientes que demandaban el servicio se llevaban la almendra al momento, con el cierre progresivo de otras trencadores (Sineu, Porreres y Santa Maria) la demanda ha subido y a los hermanos les resulta imposible entregarla al momento. «Tenemos una demanda estable pero controlada. Hace diez años la gente venía y no tenía que esperar, hoy en día no podemos. La máquina está trabajando muchas horas y cada día tenemos 10 o 12 pedidos por partir. Cuando nos traen la almendra concretamos cuando tienen que volver a recogerla. Es la única manera de poder hacerlo», explica el propietario.
Aunque el precio de la almendra ha caído en picado este año y muchos pequeños propietarios de fincas han dejado el fruto en el árbol porque no les salía a cuenta venderla, han seguido recogiendo un par de sacos para consumo propio. De ahí que los hermanos Cayelles no hayan notado un descenso en el número de pedidos. «Cada año nos llaman más porque hay menos máquinas, pero a la vez es cierto que hay menos gente que recoge la almendra en el campo así como están los precios. A nosotros nos salva que si las fincas tenían 10 sacos para coger y vender, aunque no los hayan recogido sí que han guardado un saco para consumo propio y vienen ahora porque quieren sus almendras. Sus padres y abuelos siempre lo han hecho y mantienen la costumbre», dice el propietario.
La máquina de Magatzem Canyelles está en el campo para evitar molestias a los vecinos «dentro del pueblo, por el ruido es impensable», dice Rafel. En Caimari, donde también queda una antigua trencadora en activo en una cochera, el horario está más limitado.
«Nuestra máquina fue un regalo de una fábrica de frutos secos que la dio de baja porque modernizó sus instalaciones aunque tuve que hacer la mitad de los componentes», recuerda Rafel Canyelles. No es la única maquinaria tradicional con la que cuenta el pequeño almacén de Inca. Él y su hermano son propietarios también de la única máquina de prensar lana que queda en la Isla. Funciona en los meses de junio y julio, durante la temporada de esquila.