En el altar mayor, tras el coro, hay una puerta cerrada al público. Tras ella, una sala y allí, otra puerta que lleva a una veintena de escaleras que descienden hasta la cripta. En ese lugar, en una sala blanca y luminosa, reposan desde este sábado los restos de Milena Patricia Mangones, que falleció hace un mes a los 45 años. Milena se convirtió en la primera difunta que ocupa los nuevos columbarios de la Seu. El pasado sábado se celebró la ceremonia para depositar sus cenizas y así cumplir con su último deseo. Milena descansa ahora en el columbario de la Seu, en una cripta bajo la capilla de la Trinidad, donde se encuentran los restos de Jaume II y Jaume III.
Obispos y familias nobles eran enterrados dentro de la Seu, costumbre que se perdió en el siglo XVIII. Hace unos meses el Obispado abrió la oportunidad de que otras personas pudieran reposar en el templo. «Todo ha sido muy fácil», cuenta Rafael Fuster, su esposo, que se emociona cuando vuelve a bajar a la cripta. Él ha sido el responsable de cumplir el deseo de su mujer. «Hace quince años nos casamos en el Castell de Bellver y hace unos meses pidió ser enterrada en la Catedral. Eran sus dos sitios preferidos de Mallorca», explica Fuster, profesor de piano que conoció hace veinte años a una alumna que se convirtió en su mujer.
El flechazo fue instantáneo. Hace dos años Mangones, que era escritora, fue diagnosticada de cáncer. En los últimos meses de su enfermedad conoció la posibilidad de poder descansar para siempre en la Seu. Las cenizas de Milena descansan ahora bajo el presbiterio y el altar mayor. La Catedral ofrece la posibilidad de adquirir un nicho, con capacidad para hasta cuatro urnas, por un precio de 5.000 euros. El columbario dual tiene capacidad para dos urnas por 3.000 euros. La Seu ofrece 25 años prorrogables. Acabada la concesión, se ofrecerá prorrogar el contrato o recuperar los restos.
La cripta se puede visitar todos los sábados de 10.00 a 14.00 horas y el día de los Difuntos. Tras la nueva visita de este lunes, Fuster quiso quedarse unos minutos a solas en la cripta donde reposa su mujer, un espacio recubierto de mármol blanco donde no hay fotos que identifiquen los columbarios. Fuster lleva en sus manos una pequeña urna de color verde metalizado donde conserva una pequeña parte de las cenizas de su esposa. Cuando sale, dice sin consuelo: «Yo también descansaré aquí».