Margalida Capellà (Montuïri, 1944) confiesa ser miedosa y lo achaca a que al poco de nacer, ya terminada la Guerra Civil, volvieron a detener por republicano a su padre y lo enviaron a la prisión del Fortí d'Illetes. «Pasó encerrado unos meses y fue un drama porque lo podían matar», asegura.
«Un psiquiatra me dijo que el primer año de vida tiene un gran impacto en el desarrollo de la persona», recuerda, y cree que el contexto familiar la volvió temerosa, aunque en la entrevista demuestre valentía al expresar con libertad sus opiniones. Su padre Pere Capellà, maestro y dramaturgo conocido como Mingo Revulgo, recibió amenazas de muerte anónimas en el buzón de su casa de Palma poco después del Golpe de Estado. Enseguida se refugió en Barcelona, donde entró en la Escuela Popular de Guerra y acabaría siendo comandante del ejército republicano. Al no tener las manos manchadas de sangre, se entregó y estuvo preso en Madrid hasta 1943.
Margalida, como tantos otros, creció en la dictadura, señalada por ser hija de un republicano y en un ambiente social de olvido obligado sobre lo ocurrido. «La educación que nos dieron nos hizo mucho daño; ahora se habla de adoctrinamiento, cuando no lo hay, pero a nosotros sí que nos lo aplicaban», comenta. Por ello, agradece que su madre nunca le mintiera y siempre le mostrara la verdad, aunque le doliera.
El interés que le despertó una exposición sobre mujeres republicanas la llevó a proponer a Pedro Comas, entonces director de Ultima Hora, la posibilidad de publicar una entrevista dominical con testimonios de la guerra. Empezó con mujeres y, aunque pensaba que no le daría para mucho, ha acabado publicando cuatro volúmenes que recopilan 196 conversaciones que mantuvo entre 2003 y 2007. Veus republicanes. Memòria de la Guerra Civil a Mallorca (1936-1938) (Lleonard Muntaner Editor) es el último que ha visto la luz y concluye la colección. El martes lo presenta en la Fundació Sa Nostra de Palma, a las 19.00 horas. «Prácticamente nadie rechazó hablar conmigo, solamente una mujer me pidió dinero y pasé de entrevistarla», espeta. «Encontré mucho miedo, que todavía existe, y no querían salir fotografiadas», lamenta. «Eran niñas que con 11 años vieron cómo detenían a sus padres y nunca más los volvieron a ver», afirma.
La periodista remarca que intentó entrevistar a mujeres y hombres del bando franquista, pero «siempre ponían excusas» y ninguno quiso. Capellà destaca que muchos de los testimonios, sobre todo mujeres, decían que la República era «preciosa». «Tuvo defectos, pero se tendrían que haber solucionado dialogando; quien organiza una guerra es un asesino, sea Franco o Putin», sentencia. «Hubo abusos por ambas partes, pero la guerra y el retroceso de 200 años lo trajeron los sublevados», señala.
A la autora le obsesiona cómo la Iglesia pudo ayudar a la dictadura. «¿Cómo defendieron un sistema que mató a tanta gente?», se pregunta. Confía en que el trabajo de Memoria Histórica ayude a crear una sociedad con fundamentos más verdaderos, porque considera que «hemos vivido muchos años creyendo que los buenos eran los asesinos». «De joven no se hablaba de nuestro caso, pero los fascistas sí que braveaban», recuerda. «Al morir Franco los fascistas estaban más avergonzados; ahora no», opina, y cree que el «lavado de cabeza» en España fue tan grande que todavía perdura en una parte de la sociedad.
El apunte
La politización de la Memoria Histórica
Margalida Capellà, preguntada sobre la politización de la Memoria Història por parte de los partidos de izquierda, afirma que no se debería de sacar rendimiento político de las víctimas. «Se aprovecha, pero es un tema muy sensible», reitera. Por otra parte, como hija de republicanos que sufrieron la guerra y la dictadura, valora positivamente que los partidos les reconozcan.