Muy vinculada a Mallorca, la arquitecta barcelonesa Carme Pinós estuvo el pasado martes participando en las jornadas Mallorca Real Estate Summit como una de las invitadas estrella. Allí desplegó toda su sabiduría tras décadas trabajando en el campo de la arquitectura, con proyectos que oscilan entre grandes rehabilitaciones de hoteles de lujo en Mallorca, como el Son Brull de Pollença, pabellones experimentales en Melbourne, hasta viviendas de protección públicas en México o Vallecas (Madrid).
Tras años en los que tuvo que bregar sola tras desvincularse del despacho de su ex pareja, Enric Miralles, Carme Pinós se ha convertido en un ejemplo de arquitectura que se funde con el paisaje, el respeto por el medioambiente y una visión premonitoria de hacia donde debe dirigirse la arquitectura. Carme Pinós vive una época brillante: ha ganado el Premio Nacional de Arquitectura, que recogió el año pasado en La Lonja de Palma, la Medalla de Oro del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectura de España y el premio Memorial Arnold W. Brunner.
En los últimos meses se ha hecho con una gran cantidad de premios y reconocimientos de nivel internacional. Tras 38 años de trayectoria en la arquitectura, ¿qué le supone todo este reconocimiento ahora?
—Precisamente el premio Memorial Arnold W. Brunner lo considero, especialmente, muy importante. Lo otorga la Academia de las Artes y Letras de América por mi contribución al mundo de la cultura desde la arquitectura. Cuando me llegó el mensaje de la concesión creí que se habían equivocado. Espero que no quieran jubilarme. Supongo que llevo a cabo un tipo de arquitectura que interesa, sensible con el territorio. Tengo una trayectoria como mujer que ha luchado, sin doblegarme a nada. Con libertad y optimismo, he influido. Ha sido una trayectoria nada fácil, empezando a trabajar con alguien con mucho carisma [su ex marido, el fallecido arquitecto Enric Miralles] y luego sola. Pero nunca he bajado la guardia: siempre trabajé con optimismo y libertad.
En una de sus entrevista ha señalado que «nunca me he vendido a la especulación, la arquitectura es un servicio a la sociedad». ¿Tal vez el cliente más exigente sea la ciudadanía?
—El arquitecto tiene mucha responsabilidad frente la sociedad y yo me la tomo con mucha alegría. Asumir responsabilidades es hacerte más libre y si tú no la asumes, lo hará otro. Te haces esclavo de un sistema que no depende de ti. Es un gran reto y yo lo asumo con mucha alegría. La arquitectura y el urbanismo hace el ámbito de la sociedad, es la arquitectura la que nos hace sedentarios.
Entonces la arquitectura nos ha anclado en el territorio y nos influye en cómo somos como sociedad.
—Un templo se construía en honor a los dioses y esto hizo que la gente que tenía que construirlo se asentase. El hombre se hace sedentario a través de la arquitectura, la cabaña. Es la arquitectura la que crea la sociedad como la vivimos ahora. Antes éramos nómadas.
Hace siglos se construían catedrales que han perdurado en el tiempo. ¿Cuál sería hoy el equivalente a aquellos templos?
—Siempre ha sido el poder el que encargaba estos proyectos. La catedral era el orden. Las ciudades las construyen ahora los bancos y las torres de oficina quieren ser más altas para demostrar su poder. Yo prefiero ir por las bibliotecas, los teatros, las partes más sociales, que nos hacen ser una comunidad y lo que crea el perfil de las ciudades. Pero ha de haber una estructura. Son los edificios que representan más a la comunidad, los que deben regular la ciudad. Las grandes estaciones y los teatros iban construyendo la ciudad, estaban destinados a los ciudadanos. Pero debe haber un equilibrio. No podemos venderlo todo al mercado y a la rentabilidad a corto plazo.
Es un reto complicado para su gremio el de alejarse del mercado para seguir hacia adelante.
—Es el gran peso de hoy en día. Si tú quieres rentabilidad a corto plazo no arriesgas y haces cosas que no son más abstractas. Lo humano nunca es a corto plazo. El arquitecto debe ser el responsable de que esta sociedad tenga futuro, no puede estar en manos del mercado. Pero el arquitecto siempre está al lado del poder porque maneja el dinero del mercado, la aristocracia y la iglesia. Tenemos una responsabilidad con la sociedad cuando ves algo que no te gusta. Y si el arquitecto no es responsable, sí que es cómplice. Por eso es más importante el urbanismo que la arquitectura.
¿Por qué?
—Un mal urbanismo no hay buena arquitectura que lo salve, es el que equilibra el espacio público con el privado. El buen urbanismo, la parte pública que organiza, tolera a un arquitecto mediocre, donde entra lo privado. La convivencia social se da entre la arquitectura pública y privada.
Mallorca vive ahora un serio problema: se incrementa la población mientras estamos en un territorio finito. ¿Qué solución le damos a esta porción de la España repleta?
—Hay que crecer hacia arriba. No estoy a favor de la urbanización expandible. Si creces hacia arriba puedes ir creando sombras, creando perfiles. La arquitectura también es memoria y hay que ir con tacto. Todo es cuestión de equilibrio.
La Isla es destino de miles de extranjeros que se construyen una casa de alto standing mientras las clases medias y más humildes se ven expulsadas del mercado de la vivienda. ¿Qué podemos hacer?
—Está mal repartido. Hay muchas grandes casas y lo que hace falta es la vivienda accesible para todo el mundo. El derecho a la vivienda ha de ser fundamental, igual que la sanidad. Pero no es posible sin colaboración público-privada: ni puede caer todo en lo público, ni en la parte privada. Hemos de crear vivienda pública en Balears pero dado que el suelo es caro, hay crecer a lo alto. Se ha de equilibrar: el arquitecto empieza derribando y no hay vuelta atrás.
No solo lleva a cabo proyectos para grandes fortunas o pabellones experimentales en la otra punta del mundo. En su currículum también hay hueco para viviendas de protección oficial en México.
—Pero en México todo es muy complicado, allí va todo más lento. También he hecho viviendas protegidas en Vallecas. Precisamente el otro día vi una exposición en es Born sobre la vivienda pública que se está haciendo aquí y me entusiasmó. Va ligada a la tradición, nada pretenciosa y muy accesible.
Por otro lado, hay grandes promociones de los 70 y los 60 que no han de repetirse. En Bellvitge (Barcelona) hay grandes polígonos de vivienda social y no han de ser el ejemplo que hemos de seguir. No han de estar en guetos, hemos de integrarlos en la ciudad. Todo ha de estar mucho más integrado, no hemos de hacer guetos.
En su obra habla con insistencia de integrar su trabajo con el paisaje, como si debiera pasar desapercibida, incluso invisible al ojo.
—Ser parte de la naturaleza: este es mi diálogo. Hay muchos posibles diálogos en la naturaleza. Ser consciente de a qué estás jugando. Un templo griego no jugaba a la simbiosis, pero sí hay armonía total. Yo juego a otra cosa. En esta época de tanta densidad, donde los dioses están siendo cuestionados, qué mejor que ser parte de la naturaleza, un templo donde hablar a los dioses. No hay un equivalente a lo templos en nuestra época. Hemos de tener voluntad de ser parte de la naturaleza. Hemos de hablar con ella. Ahora somos conscientes de que sin tenerla en cuenta, la naturaleza va a darnos sorpresas.
De hecho, el cambio climático ya está aquí. Lo hemos vivido este mismo verano.
—Este verano iba a alta mar con mi barquita y llegaba el embat y era caliente, ardiente. No había brisa refrescante. O entramos en diálogo con la naturaleza o nos va a dar una lección muy pronto.
Decía que no le gustan las casas planeadas como si fuesen pantallas de televisión, que se multiplican por el efecto Instagram.
—Las casas se diseñan ahora con vistas a paisajes como si fuera una televisión. Te obliga a utilizar el aire acondicionado. Pero esto se ha de acabar porque provoca más calor en el medio. Para eso tenemos la ventilación cruzada, las sombras... Recuerdo que teníamos una finca en Lérida cuando era pequeña en la que cerrábamos las persianas, nos metíamos en ella, sabíamos cuándo había que abrir. Y ahora la tecnología nos lo revuelve todo y provoca más calor. Un amigo iba a poner aire acondicionado y le dije «¡vas a contribuir al cambio climático!». La gente se ha criado en un individualismo total pero el ser humano sin el otro es un desgraciado.