El primer contacto entre el nigeriano Shadrack Okoye, de 51 años, y el exrector de la Parròquia de Sant Sebastià, Alfredo Miralles, de 79, fue en 2013 y ellos no lo supieron hasta hace tres años. Es la historia entre un sacerdote y un africano que dejó la construcción para cuidar de él en su casa. Son el Driss y Philippe de la película francesa Intocables pero sin ser un rico parapléjico o un exprisionero inmigrante.
Un ictus sacó al párroco de la vida parroquial, que le dejó paralizado un brazo y varias secuelas. «Hice todo lo posible para que no me mandaran a la residencia de curas en Palma. Me rebelé porque quería estar en mi casa. Soy un caso único lo sé», ironiza. Se desconoce si hay otros sacerdotes en Mallorca que tengan un cuidador en casa. Así comenzó la relación con Shadrack.
El Bisbat, atendiendo a la reclamación de Miralles, sabía de Shadrack, puesto que la población igbo en Mallorca (etnia mayoritaria de Nigeria) se reúne en un espacio prestado en la Parròquia Sant Sebastià. Shadrack dejó su trabajo en la construcción y no dudó en cuidar al expárroco que conoció en 2013. «Don Alfredo bautizó a un sobrino mío, pero él no se acuerda de mí», bromea.
Este cuidador lleva 17 años en Mallorca y hace seis que se casó con una andaluza de Huelva. Están en una especie de relación a distancia pero desde Palma, pues desde 2020 él vive en casa de Alfredo Miralles para cuidarle 21 horas al día. Las tres horas restantes las pasa con su mujer.
Entrar en la casa de don Alfredo es adentrarse a un museo de África. Tiene estatuas realizadas a mano por diferentes etnias de sus numerosos viajes, y su única misión cuando era joven, por el continente. Desde un cuerno de elefante convertido en una estatua «que me regalaron en uno de mis viajes» hasta cuadros hechos con tela tintada. El último regalo fue una cruz de oro por parte de la Iglesia ortodoxa de Rúsia. Lo recibió, cuenta, en un sobre blanco. Y Alfredo Miralles la mira con repelús.
La rutina
Shadrack Okoye levanta cada mañana al religioso. Pero los desayunos, mejor en el bar. La rutina de Miralles es muy sencilla pero estricta: «Cada mañana vamos a una cafetería de las Avingudes. Para comer, se hace el recorrido por las locales con comida preparada. Ya saben lo que quiero». A esta agenda añade las recetas o el abanico de medicamentos que va a buscarle.
«No deja que comamos o cenemos juntos. Lleva a rajatabla su papel de cuidador. Primero me da a mí la comida, luego se mete él en la cocina con sus cosas», se ríe Miralles mientras lo cuenta. Okoye se siente agradecido de ayudarlo: «No lo veo como un trabajo, para mí él es como un papá», reconoce. Lo que tampoco pensaba en dedicarse a esto. «Yo soy constructor desde hace muchos años, y tenía otra percepción de esto. Pero cambió mi mirada y por lo tanto no ha sido difícil adaptarme». Pocos paseos se dan, ya que Alfredo se cansa si camina mucho. Les une la música, la historia de la Religión y de España y el fútbol. «Vemos juntos el Mallorca», dice Shadrack. «Cuando estoy en el ordenador me pone canciones latinas», dice el cura.
La fe, para el cuidador, es una cosa espiritual: «Tienes que confiar en algo que no ves». Y a continuación aplaude don Alfredo su reflexión. Ahora Shadrack se marchará un mes a Nigeria. Su padre murió hace unos meses y toda su familia, que es bastante grande, y vecinos de su pueblo van a hacer una gran (y tradicional) celebración. Durante este tiempo, un buen amigo de Miralles le cuidará. «Yo ya le he dicho a Shadrack que vuelva a casa, ¿eh?», le dice, bromeando, el expárraco.
Alfredo Miralles, licenciado en Derecho y profesor de Religión durante más de 30 años, ha dedicado toda su vida a la obra de Jesús. Uno de los recuerdos que más bonitos asegura que fue cuando, una vez terminado el seminario, le mandaron cuatro años a Burundi. «Fueron los años más felices de mi vida», reconoce. Esta fue su primera y última misión, aunque fueron numerosas las expediciones que hacía con los fieles de las parroquias. No solo ha pisado prácticamente África, también ha viajado por América Latina y Asia.
La historia de vida de Shadrack Okoye, relatada por el propio Alfredo Miralles, versa entre el «sufrimiento y el destierro». El de no poder estar en su tierra por la situación de guerra y corrupción, el de no tener seguridad allí. Su recorrido fue legal. Salió hacia Europa, aunque no especifica cómo, para labrarse un futuro en la construcción. «Ellos, los africanos, saben cómo salir del país», apunta el expárraco. Para Miralles, Shadrack es un hombre «con un buen corazón, silencioso y respetuoso».