Magdalena Quiroga defendió en la UIB el pasado 5 de octubre su tesis doctoral La clausura femenina en Mallorca. De la Reforma de las Órdenes Monásticas a la Reforma de Trento (1300-1626), con Maria Barceló e Isabel Moll como directoras.
¿Cómo surge la idea de su tesis?
— En 2013 hice un trabajo sobre el convento de Santa Margalida y me sorprendió el número de mujeres que había en los conventos de esos siglos. Dependiendo de la época, entre 40 y 80, incluidas menores de 12 años y viudas. También me sorprendió el frecuente grado de parentesco entre religiosas.
¿Y a qué responde ese parentesco?
— No era más que el traslado de la sociedad a los conventos de la estructura de las familias de la nobleza. Para la tesis he analizado la evolución de las estrategias familiares a la hora de tener mujeres propias en los conventos.
Tras la Conquista, ¿cuándo se crean los primeros conventos en Mallorca?
— Santa Margalida se creó en 1232 y Santa Clara, en 1256. Ya en el siglo XIV, aparecen Santa Magdalena, Santa Elisabet -ahora Sant Jeroni- y el Puig de Pollença. Después del Concilio de Trento -siglo XVI-, se añaden Sant Bartomeu d'Inca, Sineu y el Puig d'Inca. A principios del siglo XVII están funcionando ocho conventos en Mallorca.
¿Pero en los primeros conventos ya había clausura?
— No. La clausura fue evolucionando a medida que aumentaba el número de religiosas, creándose problemas en los conventos. Al principio, eran pequeños grupos de mujeres que entraban en los conventos por vocación, inquietudes intelectuales o, como he apuntado antes, por presión de las familias. Podían entrar y salir del convento, pasar unos días fuera, recibir a familiares o ir a su casa para cuidar a los padres si estaban enfermos. Había cierta libertad de tránsito, pero con la Reforma de las Órdenes Monásticas en Mallorca, a partir de mediados del siglo XV, se inicia un proceso de radicalización de la clausura que dura más de un siglo, con normas más rígidas y estrictas. No todos los conventos imponen la clausura radical en el mismo momento. Unos se resisten más que otros.
¿Realmente había menores de 12 años que entraban en los conventos?
— Sí. Antes de la reforma, entraban a los 10-12 años. Después, incluso más pequeñas.
¿Por qué?
— En los conventos se crean grupos de familias. Cuando entran, las niñas se encuentran con familiares de distintas generaciones. No se topan con un ambiente extraño y el rechazo no es tan grande. Hay grupos familiares tan numerosos y poderosos que incluso construyen casas propias de tres pisos en los conventos o grandes celdas con varias habitaciones.
Es decir, ¿los conventos son una especie de monopolio de la nobleza?
— He calculado que el 80 % de las monjas procedía de la nobleza. El 20 % restante estaba a su servicio, aunque éstas últimas no estaban obligadas. En el convento estaban mantenidas, con alimentación asegurada. Estaban mucho mejor que en sus hogares de origen.
¿Ese dominio de la nobleza se mantiene?
— A partir de las Germanies, aparecieron otras clases sociales, como mercaderes ricos, funcionarios o militares de alto rango que repetían los comportamientos de la nobleza, con la que además estaban emparentando. Y entre esos comportamientos repetidos estaba el de introducir mujeres de la familia en los conventos. La endogamia de la nobleza se reflejaba en los conventos. Cada generación familiar tenía sus mujeres monjas y se formaban núcleos muy numerosos. Hubo auténticas dinastías de monjas, incluso en los prioratos.
¿No era más fácil buscarles un matrimonio, un ‘buen partido'?
— Con mujeres en los conventos, las familias nobles no tenían que repartir tanto su riqueza ni dispersar su patrimonio.
¿En qué lugar quedaron las beguinas?
— Las beguinas eran mujeres muy espirituales que vivían también en comunidad, pero no eran monjas. Estaban al margen de la jerarquía eclesiástica. Con la reforma de las órdenes, las beguinas desaparecieron. Sant Jeroni era una comunidad de beguinas, muy vocacionales.
¿Había religiosas que podían salir del convento?
— Antes de la reforma, era más fácil salir del convento, si no tenías a toda la familia en contra de esa decisión. Después de Trento, fue mucho más complicado. Se conseguía muy raramente, con intervención del obispo, y hay que tener en cuenta que si se salía, se perdía la dote. Una monja que salía del convento prácticamente no tenía nada de patrimonio ni a dónde ir.
En cualquier caso, eran mujeres más preparadas que lo normal en esas épocas, ¿no?
— Sí. Estaban bien educadas. Sabían leer y escribir. Después de Trento, aprendían latín y no dejaron de ser un prestigio social para la familia. La priora de un convento tenía poder social y lo ejercía como una auténtica señora feudal. Y no hay que olvidar que se aplicaba una pequeña democracia en los capítulos. Antes de la reforma de las órdenes, se tomaban decisiones por mayoría simple. Con la reforma se impuso la mayoría de dos terceras partes. Antes de la reforma, el priorato era para siempre. Después, se elegía cada tres años, aunque la priora podía ser reelegida si el resto de aspirantes no cumplía los requisitos exigidos.