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Francisca Monjo, religiosa: «He sido muy feliz, a mis 88 años, al lado de Santa Catalina Tomàs»

Cumple 7 décadas como monja de clausura en el monasterio de Santa Magdalena

Sor Francisca posa en el claustro de Santa Magdalena. | Mateu Cladera

| Palma |

El monasterio de Santa Magdalena que se encuentra en el centro de Palma, donde reposa el cuerpo incorrupto de Santa Catalina Tomàs (la Beata), acoge en la actualidad entre sus muros a 18 monjas. Una de ellas es sor Francisca Monjo, natural de Santa Margarita, que nació el 5 de febrero de 1934, hija de Antonio Monjo y Antonia Garau y lleva 70 años como monja de clausura en dicho monasterio. Sor Francisca Monjo entró en el convento a los 18 años, y como era costumbre en aquellos años a las monjas les cambiaban el nombre, por lo que pasó a llamarse sor Catalina Tomàs. Es hija de un pueblo que todos los años, y de ello hace 240, rinde homenaje a la única santa mallorquina con la llamada Sa Procesó més antiga de Mallorca, que llena las calles el primer domingo de septiembre. Hoy recorremos con sor Francisca Monjo los patios del convento de Monjas Canonesas Agustinas de Santa María Magdalena. El silencio puede romperse porque detrás de sus amplios muros esta Vía Roma con su tráfico.

¿Cuántas monjas habrán vivido en este convento desde que se fundó allá por el año 1231, después de la conquista de Mallorca por el conde Hug de Empúries?
— Actualmente son 18 las hermanas que viven entre sus muros. Ellas han sido y son un signo visible de unas realidades espirituales que nos sobrepasan, y que son un ejemplo de libertad y paz para toda la humanidad.

¿Influyó la gran devoción a la Beata en su pueblo para que entrara en el monasterio de Santa Magdalena, donde se encuentra el cuerpo incorrupto de Santa Catalina Tomàs?
—Quizás sí, de todos modos, fueron muchas cosas las que influyeron para que entrara en este convento. Es evidente que habiendo participado en la procesión varias veces, a una chica le queda esta gran devoción hacia nuestra santa.

Y usted decidió vivir su vida monacal junto a la Beata.
— He tenido esta gran suerte de poder vivir como religiosa las normas y costumbres que ella vivió.

¿Cómo era la celda en la que vivió Catalina Tomàs en el convento de Santa Magdalena de Palma?
— Era igual que la de todas las religiosas. En la celda, en la que vivió nuestra santa, hay un tablero de madera, un colchón de paja, un armario, una jarra, y un recipiente para lavarse, una mesita y un crucifijo.

¿Y las monjas, en la actualidad, también deben seguir en su día a día el mismo horario que Catalina Thomàs?
—Diría que casi igual. Nos levantamos a las 6,30 y vamos a la iglesia para rezar maitines, oración personal de media hora, y sobre las 9 desayunamos. Después tenemos lectura personal y unas horas de trabajo. Actualmente hacemos dulces para vender, que nos proporcionan nuestros únicos ingresos. También algunas hermanas cuidan del huerto, donde sembramos distintos tipos de verdura: tomates, berenjenas, coles,.. y otros productos de los que comemos. La comida es a las 13,30;    pasamos la tarde entre lecturas y estudios, incluso algunas monjas estudian en la universidad que hay en Madrid para religiosas de clausura. Cenamos a las ocho y media. Recreo, y vamos a la iglesia para las completas, luego nos queda un tiempo para el recogimiento personal antes de ir a dormir.

Volviendo a la procesión de la Beata, ¿cómo era durante los años de su juventud?
—Distinta a la de hoy: había una carroza, la de la glorificació, en la que se representaba a la Beata rodeada de ángeles que la coronaban, como la actual pero bastante más sencilla; y grupos de jóvenes vestidos con los trajes típicos mallorquines. También había los típicos dimonis de Santa Margalida que curiosamente llevan la cara destapada, que recorrían el desfile quitando las gerres a las parejas para romperlas a los pies de la Beata, que iba a pie, acompañada de la Purísima y de Sant Antoni.    Era, y creo que lo es en la actualidad, la gran ilusión de todas las niñas y jóvenes del pueblo representar a la Beata, o tener algún papel en la procesión.

¿A usted le tocó representar algún papel?
—El mismo año que entré en el convento, tenía 18 años, por sorteo y como se hace ahora, me toco representar a la Purísima, la que acompaña a la Beata ante la cual se rompen las gerres.

¿La costumbre de las ‘gerres' que se rompen a los pies de la Beata es muy antigua?
—Por lo menos yo siempre la he visto, juntamente con tres dimonis que con sus piruetas las rompían ante la Beata que iba a pie, fieles a la copla tan tradicional mallorquina: Ella    portava el dinar/ an els pobres segadors,/ i el dimoni envejós/ enterre li va tirar./ Ella el torna txecar/ i va ser més seborós.

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