Si de noche resulta misión imposible conciliar el sueño y un mero paseo antes de que caiga el sol parece casi una visita al desierto, las jornadas laborales de quienes realizan su trabajo al aire libre son, cuanto menos, inhóspitas. Y no es cuestión de quejicosos. Los golpes de calor y las insolaciones pueden llegar a ser fatales. En España durante esta ola de calor ya son dos los trabajadores fallecidos por las altas temperaturas. Desde albañiles y barrenderos a camareros o vendedores de mercadillo sufren estos días los estragos las altas temperaturas que se quedarán en Mallorca, al menos, durante lo que queda de semana, ante lo que piden medidas para asegurar su integridad física.
Es el caso de Toni B. N., que trabaja como barrendero desde hace ocho años en la empresa municipal Emaya, encargada de la limpieza y el alcantarillado de Palma. La experiencia le sirve para guarecerse del extremo calor de las últimas jornadas, priorizando limpiar las zonas donde el sol más aprieta durante las primeras horas del día. A pesar de las duras condiciones, dice sentirse protegido por la compañía, aunque en muchas ocasiones deba acabar pagando agua de su bolsillo: «No puedes ir a la central a por agua cuando estás en la otra punta de la ciudad limpiando», explica. Mucho más crítico se muestra con este periódico un trabajador que realizaba labores de jardinería a mediodía de este martes en la Plaza España de Palma, que prefiere no identificarse por miedo a posibles represalias. «Trabajar en la calle estos días es insufrible. Estamos en guerra con las empresas», sentencia, poniendo en valor los avances fruto de la presión sindical. «Las compañías nos ven como carne de cañón y muchas no se preocupan», pese a sufrir condiciones que pueden resultar fatales. «Demos gracias que con este calor solo han muerto dos trabajadores en España. Veremos cuántos muertos habrá a finales de verano», advierte el mismo, que exige poder descansar en pequeñas pausas siempre que algún trabajador lo necesite.
«El calor que está haciendo este verano es insufrible. Nunca había sentido tanto bochorno», lamenta Angélica Campos, de 58 años, mientras teje camisetas para turistas en un puesto ambulante de la calle Sant Miquel. Las interminables horas al sol le han causado en las últimas jornadas mareos, dolor de cabeza y hasta eccemas en la piel. Los mismos efectos abundan estos últimos días no solo entre trabajadores, sino también entre los propios transeúntes. Claudia Cortés, librera de un puestecillo ambulante, ha tenido que atender esta semana a varias personas con síntomas de golpes de calor: «A algunas personas mayores las he tenido que sentar en mi silla porque decían que se desmayaban». Ella aprovecha los descansos para darse duchas de agua fría en casa para, de tal forma, soportar mejor las horas restantes al sol. La paciencia de los mallorquines está a prueba y alguno la pierde, como señalan Marta Lahoz y Paola Campos, ambas captadoras de socios para una ONG. «La gente está muy irascible», mantienen, botella en mano y buscando entre el gentío la sombra.
El sector primario tampoco se libra, recuerda Tomeu Domenge, pagès de Sencelles. Laborar en el campo en semejantes condiciones pasa factura y la jornada termina usualmente con mareos o dolor de garganta, por lo que alza la voz y reclama una mejora de condiciones y horarios flexibles en estos casos. Es, dice, cuestión de dignidad.