Aina Serra (Palma, 1985), bióloga de formación, lleva ya cuatro libros publicados de divulgación del mundo de las plantas, además de un blog, un pódcast y actividad en las redes sociales.
Siempre se acusa a los científicos de moverse sólo en su mundo de las publicaciones especializadas y no acabar de entender lo que es la divulgación de las ciencias...
—Tengo una formación científica, pero siempre me han gustado mucho la literatura y la escritura. Mis padres son físicos, pero siempre estimularon el interés por las artes y la cultura universal. La separación entre las disciplinas de letras y ciencias es muy del siglo XX, pero siglos atrás no estaba tan clara. Lo vemos en un Leonardo o en un Goethe. Tocaban todas las materias. Hice el Bachillerato científico y elegí Latín como optativa. Fui la primera en hacer esa elección y no me dejaron cursarla, cuando los nombres científicos de las especies están en latín.
Existe una necesidad de divulgar las plantas, cuando están en todas partes, desde siempre...
—Casi todo lo que tenemos delante, en nuestro entorno, procede de las plantas. Y más allá de lo material, si no tuviésemos plantas, nuestra cultura no existiría como tal. Tal vez los pueblos árticos serían la excepción. Para empezar, hace sólo unos pocos siglos que descubrimos que las plantas purifican el aire. Un gorrión en una burbuja de cristal muere al poco tiempo. Una planta aguanta. Con la fotosíntesis, las plantas proporcionan la base para que aguantemos todos los seres vivos. Rodeados de plantas, estamos más a gusto psicológicamente. Por ello en las ciudades siempre se reclaman más zonas verdes y ajardinadas. Con las plantas tenemos alimentos, gastronomía, materiales para la construcción, ropa, medicinas, perfumería, papel... Incluso los objetos de hierro han sido históricamente forjados con el fuego de carbón.
Lo que nos lleva a que antes se cuidaban y gestionaban los bosques...
—Sí, incluso con el fuego. Hay ecosistemas que sufren regularmente incendios por causas naturales. El problema se produce cuando se multiplican la intensidad y la frecuencia, normalmente por intervenciones humanas. Sin embargo, los aborígenes australianos provocan incendios en determinados momentos del año sin descontrolarlos. Incluso tienen el concepto de fuego frío para referirse a un incendio controlado, lento y de baja intensidad.
De la recolección a la agricultura, nuestra dependencia siempre ha sido absoluta...
—Sí, fue un proceso gradual. La agricultura supuso una mayor implicación en la gestión del ciclo de las plantas y su entorno. Nos convertimos, por decirlo de alguna manera, en pastores de plantas, guiamos un poco sus ciclos para favorecer una mayor reproducción. Más allá de la agricultura, las plantas nos han servido para elaborar medicinas y puede haber utilidades medicinales en el futuro que aún no conocemos. Procesos sociales y económicos como el esclavismo o la revolución industrial estuvieron ligados a la industria textil, por no hablar del papel en la divulgación de la cultura.
La mayoría de la población ya no conoce las plantas, igual que ya no conocemos aves o peces...
—Porque nos relacionamos con las plantas de otra manera, hasta el punto de pensar que son irrelevantes. Todo va muy deprisa y a corto plazo. Por ejemplo, un niño o joven de hoy en día estará más interesado en un curso de programación que en conocer las plantas porque no se presta atención a su importancia. El reto es empezar a valorar las plantas y cuidarlas para no tener que lamentar las consecuencias en el futuro. No pueden reducirse a una función ornamental. No podemos olvidar que las frutas y hortalizas de proximidad salvaron en buena parte el consumo durante el confinamiento. Y ahora se habla de lo mismo con los posibles desabastecimientos.
¿Tenemos que ser vegetarianos?
—No me gustan las reglas, pero sí me fijo en que las modalidades de consumo tienen que ser sostenibles en general. No puede ser que en cien años dejemos el planeta hecho un desastre. Y la agricultura industrial también contamina. Todavía nos queda el resquicio de que la carne es un consumo de prestigio y de que la ausencia de carne es sinónimo de hambre o privaciones.
¿Tiene algún efecto hablar a las plantas?
—Si hablar a las plantas te proporciona satisfacción, ya hemos ganado mucho. Está comprobado que las raíces de algunas plantas responden al sonido del agua corriente subterránea. Hay plantas que producen compuestos tóxicos ante el sonido de las mandíbulas de las orugas. Las gramíneas estimulan su crecimiento cuando los herbívoros se comen la parte superior de sus hojas. Afortunadamente, las plantas no tienen receptores de dolor. Ante herbívoros y condiciones meteorológicas adversas, vivirían en un permanente estado de estrés.