La iglesia de Sant Francesc, de Palma, tiene un pequeño tesoro que es desconocido para la mayoría de la población. Aunque ya ha sido estudiado por algunos historiadores, existe en la iglesia un espacio de expresión artística y creativa que va más allá de los retablos, las esculturas y los cuadros del templo. Este espacio de manifestación artística no se encuentra en la nave central ni en las capillas, sino en todo lo alto de la iglesia, bajo su cubierta.
Colau Sastre, superior del convento de los franciscanos, y los profesores Antoni Ortega y Antoni Villalonga, han sido los guías de este periódico en su recorrido por los numerosos grafitis que está debajo del tejado del templo, concretamente en el gran porxe o algorfa resultante de la separación entre la bóveda del templo y la cubierta de tejas, sobre el envigado de madera.
Sastre, Ortega y Villalonga explican que «a partir de la desamortización de Mendizábal, en 1836, este espacio enorme, de unos 3.500 metros cuadrados, ha servido de cuartel, almacén y cárcel, concretamente para alojar a los presos que ya no cabían en la penitenciaría oficial ubicada en el convento de los Caputxins.
Con el convento franciscano desalojado de frailes por la desamortización, hasta 1906 el edificio tuvo usos diversos: fue cuartel de la Guardia Civil, con más de 20 familias, y de una sección de Caballería, e incluso albergó oficinas administrativas. Hasta la desamortización, unos 140 frailes franciscanos de la Orden de Hermanos Menores ocupaban el convento, más las familias que allí trabajaban. El convento llegaba hasta lo que es ahora la Plaça del Pes de la Palla. Era el segundo gran convento después del de los dominicos y tenía tres claustros y diversos huertos. Tras la desamortización, incluso se redactó un proyecto para crear allí un gran mercado, como el de l'Olivar. No se llevó a cabo, pero una parte del convento fue derribada para dar lugar a la actual Plaça de Josep Maria Quadrado. Se dice que el casco antiguo de Palma era el que tenía más conventos de todo el Mediterráneo».
A la cubierta de la iglesia se accede por una estrecha escalera de caracol. Al llegar al enorme espacio, sorprenden las ventanas o vanos abiertos, sin ninguna protección contra la intemperie, y los numerosos grafitis de las paredes, más de un centenar, todos ellos de los siglos XVIII y XIX. La tipología es muy diversa: barcos, soldados, escenas relacionadas con oficios, objetos, herramientas, símbolos e iconografías religiosas, y textos, entre otros elementos gráficos. Aproximadamente la mitad de las inscripciones están identificadas por sus autores, con nombres propios que en su mayoría son mallorquines, y utilizan tanto el castellano como el catalán.
Elvira González Gozalo realizó hace años un estudio sobre este espacio: Los graffiti de la iglesia de San Francisco de Palma: los ingenios del ocio. La autora señala que, entre los dibujos de construcciones, los barcos son el motivo más numeroso, unos 50. Sastre, Ortega y Villalonga atribuyen esta circunstancia a que, desde la cubierta de la iglesia, «la visión de los barcos del puerto debía ser una de las escenas más estimulantes e inspiradoras para plasmarla en las paredes». De hecho, desde aquí se divisa actualmente buena parte de Palma, pero la panorámica en los siglos XVIII y XIX abarcaría la totalidad de la ciudad. La bahía de Palma se puede ver en toda su extensión.
Una real orden de 1884 estableció que este lugar sería una prisión y Sastre, Ortega y Villalonga consideran que una parte de los grafitis, aunque en este caso sin datar, correspondería a los encarcelados, que, durante sus largos ratos de inactividad, se dedicarían a pintar y escribir en las paredes.
No faltan los animales, como toros, burros, caballos, palomas o pavos, pero Elvira González indica que «son muchos menos que las figuras humanas, algunas de ellas con representaciones muy ricas en detalles. Encontramos religiosos -los más abundantes son los franciscanos, reconocibles por sus cinturones de cuerda-, militares y personas civiles, así como cabezas con rasgos grotescos o caricaturescos. También aparecen personas en las que se reconoce su oficio por la vestimenta o representaciones de la mujer mallorquina con su rebosillo, botonada o gipó». Entre los dibujos de grupos, especialmente llamativos son una comitiva fúnebre, una procesión del Corpus y una peregrinación de frailes.
Elvira González añade que «la cubierta de Sant Francesc fue también un reducto de hombres cobijados al amparo de un lugar consagrado, recóndito, amplio y de difícil acceso. Los motivos de los encierros debieron ser variados, pero son numerosos los testimonios de los propios frailes y novicios franciscanos».
Además de los grafitis, en la cubierta se encuentra la maquinaria para sostener las antiguas lámparas de la iglesia y que todavía se utiliza en la actualidad, en este caso para extender en el templo las neules de Navidad.