«Está todo el mundo con Corea. ¡Venga Corea! Solo sale lo malo. Es verdad que somos un barrio marginal, pero no vivimos tan mal. Queremos vivir como las personas. Necesitamos pintar las fachadas y que vengan a limpiar, que es verdad que los niños lo dejan todo perdido», cuenta Pilar Rodríguez a las puertas de su nueva casa. Por fuera hay pintadas y cables sueltos, pero tras la puerta se esconde una casa recién rehabilitada por el Ajuntament que difiere mucho de la imagen exterior. Una casa cuidada y recogida que Pilar mima con esmero y de la que se siente muy orgullosa.
Esta nueva vecina de esta popular zona del Camp Redó ha vivido un desahucio por la casa que dejó de pagar la hipoteca tras la muerte de su pareja. Después alquiló una vivienda a un extranjero, pero resulta que a él también lo desahuciaron y ella tuvo que irse. Su hermano cayó a un pozo de Son Gotleu y se asfixiaba, la pareja de Pilar bajó a rescatarle y murieron los dos. El salón de Pilar, sin derecho a pensión de viudedad, está lleno de cuadros con fotografías de familiares que ya no están con ella.
Hace justo un mes que Pilar vive en esta nueva vivienda que le ha ofrecido la Oficina de Antidesahucios del Ajuntament de Palma. En las habitaciones del pequeño piso duermen «los niños»: sus nietos, de quince y doce años.
Barrio pobre
«Llevo cuarenta años viviendo en Corea y no tengo problemas con nadie», dice esta vecina que tiene principio de Alzheimer y lleva un par de días sin tomar Sintrom para poder vacunarse contra la COVID. Señala que «esto está abandonado, pero nos ayudamos entre nosotros. ¡Tanto con Corea! Corea es un barrio pobre, es lo que tiene», diagnostica Pilar.
Pilar advierte que ha pensado ya en comprar un bote de pintura para pintar su portal. Una pequeña rebelión contra la eterna decadencia de esos bloques de ‘Corea', o Camp Redó, su nombre oficial.
A primera hora del día, los vecinos sacan a pasear sus perros o salen a hacer la compra. Hay rincones con restos de latas de botellones nocturnos o chatarra acumulada, una forma de buscarse la vida de algunos vecinos en estos tiempos.
«Estoy muy contenta con mi piso pero me gustaría que Emaya viniera a limpiar más a menudo. Y que fumigue, que aquí hay ratas y cucarachas», pide Pilar.
Justo en el portal de enfrente acaba de llegar Mélida Bravo, una ecuatoriana de 64 años. Es otra de las nuevas vecinas del barrio gracias a la Oficina de Antidesahucios. «El banco me quitó el piso cuando mi marido estaba ingresado en el hospital. Luego murió y con la crisis no pude hacer frente a las letras».
Mélida confiesa que nunca trabajó. «Mi marido dijo que no hacía falta, que me dedicara a la casa. Y me dejé llevar... Ahora tengo una pequeña pensión de viudedad y pago 133 euros de alquiler», cuenta. Pese a la fama del barrio, no tiene ninguna queja. «Me llevo bien con todos, hay mucha juventud y mucha gente mayor. Con la epidemia aquí muchos se quedaron sin trabajo. Pero los pisos están bien. Mi casa está reformada y tengo agua», cuenta agradecida Mélida.
El contraste del exterior con el interior de su casa es palpable. Vive en un tercero sin ascensor y su piso está reformado, con una cocina nueva y recogida, un pequeño salón y un dormitorio, perfecto para ella sola. Muestra orgullosa las fotos de su familia: una nieta que se ha licenciado en Bellas Artes, sus tres hijos, los quince sobrinos que ha criado...
Otros bloques han tomado la iniciativa de reformarse. Según Josep Maria Rigo, director general de Habitatge del Ajuntament de Palma, «la rehabilitación mejora la vida de sus habitantes». Si en otros países el parque de viviendas públicas se somete a mejoras con inversiones también públicas, «aquí se convirtieron en propiedades privadas. Y si no se invierte, se acaban degradando. Al final se instala gente de muy bajos recursos». Aquellas que precisamente no pueden destinar parte de su presupuesto a mantener la vivienda y su entorno.
Las expropiaciones de los bloques VIII y XIII de Camp Redó liberaron una gran cantidad de espacio que ahora está ocupado por los vehículos de los vecinos y ya cuenta con árboles sembrados. Pese a todo, «quedan rincones que crean inseguridad en los residentes», dice Rigo. Con este esponjamiento, «prácticas delictivas o alegales están más arrinconadas», dice el director general de Habitatge, que explica las viviendas okupadas eran los puntos de venta de droga. Ahora, están siendo desalojadas y rehabilitadas para dar paso a vecinos como Pilar o Mélida.
«Hemos ido recuperando viviendas okupadas. Diez de las cuarenta viviendas del Patronat de l'Habitatge en Camp Redó estaban okupadas. Ahora solo queda una por recuperar. Lo más rápido posible, les buscamos un nuevo inquilino de la lista de espera», dice. La otra opción de estas personas es compartir una habitación de hasta 400 euros. El Ibavi, por su parte, cuenta con una cuarentena de viviendas y también está desalojando okupas para rehabilitarlas. Cada piso recuperado es una dentellada al abandono. «Damos una vivienda a quien lo necesita y el vecino deja de sentirse intimdado», señala Rigo.
Con los programas de subvención y rehabilitación «se incentiva que se creen comunidades de vecinos. Y allí donde las hay, se organiza la limpieza de la escalera, la instalación de un portero automático, pintar la fachada...». Pese a todo, «queda mucho por hacer». Emaya pasa a limpiar la basura de las calles y algunos vecinos recriminan a otros que ensucien el barrio. Frente al incivismo surgen otras iniciativas como la de la Manzana A y la Manzana F. Ambas han cerrado sus patios y los han limpiado para el esparcimiento de los residentes. Sus fachadas se han rehabilitado y contrastan con los abandonados edificios vecinos. Tomás Sastre vive en uno de esos edificios con portero, recién pintado y con un patio con dos grandes árboles: «Los plantamos mi mujer y yo cuando éramos jóvenes». La lucha contra la degradación de la zona, tanto pública como individual, supone un esfuerzo titánico.
Las otras ‘Coreas'
u Durante la postguerra se impulsó la creación de nuevos barrios de viviendas obreras. En Huesca, A Coruña, León, Toledo o Palencia surgieron estos barrios llamados ‘Corea', con cierta connotación negativa. El ‘Corea' de Palma, o Camp Redó, cuenta con 26 bloques y 568 viviendas. Un millar de personas vive en este barrio que desde 2008 se somete a proyectos de rehabilitación. En 2019 se derribaron los bloques VIII y XIII y se siguen llevando a cabo trabajos de mejora.