La herencia de 327 años de historia, cultura y tradición es firme y resistente al paso de los siglos. La dominación musulmana de Mallorca se inició en el año 902 y terminó a sangre y fuego más de tres siglos después, con la toma de Madina Mayurqa en 1229 por parte de las tropas de Jaume I el Conqueridor. A pesar de que parte del legado islámico de la Isla fue aniquilado en los años siguientes a la Conquesta, o bien utilizado como materia prima en la reconstrucción de la nueva realidad, parte de él permaneció intacto, intrínsecamente ligado a esta tierra, y aun en nuestros días podemos utilizarlo y aprender de él.
Los especialistas coinciden en que una de las principales aportaciones de la cultura islámica en nuestras tierras atañe al agua, a la gestión y explotación de un recurso que ya en su libro sagrado, el Corán, se identifica como el principio más importante de la Creación. No es de extrañar esta concepción en un pueblo nacido de los tórridos desiertos de la península arábiga. Recogiendo esta cosmovisión erigieron su mundo, y ahora, largo tiempo después, volvemos sobre sus pasos para trazar un recorrido por Palma a través de un milenario ciclo del agua que la conforma y define.
El primer elemento es el fundamental, el punto de partida y origen del que emana todo. La Font de la Vila nace tal y como la conocemos en los años de dominación islámica. Su manantial se ubica cercano a la facultad de Turismo de la Universitat de les Illes Balears (UIB), en paralelo a la carretera de Valldemossa, y probablemente el pozo y la acequia primigenios los construyeron los ingenieros que llegaron con Isam al-Khawlani en la conquista de los primeros años del siglo X.
De hecho por aquel entonces se la conoció como Ayn al Amir, «la fuente del emir», y cuentan que fue crucial en el nacimiento de la Madina cuando la reconstrucción de la ciudad, con sus mezquitas y baños, requería de una importante cantidad de agua.
El pozo de la Font de la Vila oscila su volumen, y en marzo y abril aglutina su mayor caudal, que se deposita en un gran aljub. Una compuerta regula su salida hacia la Síquia de la Vila y por tanto hacia Palma, adonde llegaba por la actual calle Blanquerna y entraba en el recinto fortificado por la Porta Pintada. El desborde de la acequia en su nacimiento formó una balsa y a su alrededor se produjo un humedal llamado Prat de la Font de la Vila. Algunos compendios historiográficos recogen que el agua estancada producía enfermedades, problemas que se solventaron hacia el siglo XIX con distintas actuaciones.
La Font de la Vila fue declarada Bien de Interés Cultural por el Consell de Mallorca en 2006 y Emaya, el ente público que gestiona el ciclo integral del agua en Ciutat, recalca que «después de diez siglos, la Font de la Vila aún representa una de las aportaciones básicas para el abastecimiento diario de agua a la ciudadanía», con «una media anual del 69 % del agua total aportada por las fuentes» a la red municipal.
Retomamos esta ruta por la Palma musulmana donde la aparcamos: a las puertas de la muralla en la que hoy conocemos como Porta Pintada. Siguiendo el sonido del agua que proviene de la acequia estatal recorremos un trazado coincidente con la actual calle de Sant Miquel. La canalización se ramifica hacia el este, en dirección al mar por todo Canamunt.
En el corazón de este barrio del centro histórico de la capital balear topamos de bruces con un ejemplo de epicentro social de la ciudad en el periodo islámico. Los Banys Àrabs, que resisten tozudamente en pie en pleno siglo XXI y se podían visitar en los tiempos prepandémicos, constituyen además uno de los pocos ejemplos de arquitectura islámica conservados en Ciutat, que perdió buena parte de su esplendor en el ataque que Pisa y Barcelona orquestaron contra la ciudad mallorquina, con el beneplácito del Papa, en el año 1174. Una cruzada que ha pasado a la historia por su brutalidad, que destruyó barrios enteros y saqueó tanto la ciudad como buena parte de la Isla.
El único edificio de los de su especie que ha llegado a nuestros días se alza en mitad de los pintorescos jardins de Can Fontirroig, y su entrada la marca un representativo portal rematado con un arco de herradura. En él destaca una sala central de planta cuadrada, destinada antaño a los baños calientes, donde sobresale una cúpula semiesférica con claraboyas, rodeada por doce columnas con sus respectivos arcos de herradura. La diversidad de capiteles lleva a pensar que se reaprovecharon materiales anteriores para su construcción. Además, se conserva una sala annexa rectangular con bóveda de cañón; sin embargo no queda nada en nuestros días de la sala de baños fríos.
Su ubicación, no muy alejada del palacio real y algo más de los restos de muralla islámica que resisten, guardados en una urna dentro del aparcamiento del Consolat de Mar junto a la plaça de la Drassana, hacen pensar que el dueño de este hammam o baño privado fuera un importante miembro del séquito, o bien un rico comerciante, dado que los baños públicos se inventariaron tras la conquista catalanoaragonesa, y esta construcción no consta en dicha relación. Se sabe que los baños árabes cumplían una importante función social, más allá de su valor higiénico, y entre sus paredes y vapores se cerraban pactos, se fraguaban negocios y se urdían tribulaciones.
Caminamos hacia el final del viaje desde este singular testimonio de piedra bañado por el agua de la fuente primigenia. La acequia que transportaba el bien más preciado de la Palma islámica culminaba en el castillo del valí, lo que hoy en día conocemos como el Palacio de la Almudaina, que literalmente significa «pequeña ciudad».
Allí se emplazaba hace mil años el alcázar, la residencia oficial de los caciques musulmanes de Mallorca erigida sobre los cimientos de un anterior castrum romano, y el agua transportada a través del sinuoso complejo de canalizaciones regaba sus ricos jardines y alimentaba los baños para recreo del gobernador y sus más allegados. Después de la conquista cristiana el emblemático edificio acogió durante largo tiempo la casa de los Reyes de Mallorca, y a nuestros días ha llegado como una de las residencias de la familia real española, gestionada por Patrimonio Nacional.
Acequias, sínies y qanats
Efectivamente, la gestión y distribución del agua ocupaba a los capitostes musulmanes de Mallorca, que desde su misma llegada encontraron una Isla salvaje y algo atrasada con respecto a su entorno. Con la honrosa excepción de Pol·lèntia y de las calzadas romanas que unían la capital administrativa al norte de la Isla con el puerto principal del sur -coincidente con la actual Palma-, no contamos con referencias de ninguna gran obra civil romana en nuestro territorio. En este sentido, las innovaciones técnicas que aportaron los ingenieros musulmanes en todo Al-Andalus también llegaron a Mallorca, trufando los campos de acequias, sínies y qanats, propiciando un mayor aprovechamiento de la tierra y una generación de riqueza mucho mayor.
Si bien los dos primeros son más conocidos, en parte gracias a su pervivencia hasta nuestros días, los qanats son menos populares, aunque en su momento suponían un elemento central de la red de abastecimiento de agua en la sociedad islámica mallorquina. Se trata de un sistema de canales subterráneos y galerías que transportaba el elemento vital desde un acuífero o pozo hasta la superficie; una suerte de acueducto bajo tierra utilizado tanto para regadío como para consumo humano.
En Mallorca encontramos varios ejemplos de qanat, algunos de ellos de importancia en la zona del Raiguer y en la parte norte de la Isla. El más largo del que se tiene constancia mide unos 300 metros y se encuentra en la possessió de Son Reus de Randa, en los límites de Algaida, aunque parte de su recorrido transita por Llucmajor. De hecho aportó agua a la red llucmajorera hasta bien entrado el siglo XX.