Nunca pensé que me iba a encontrar en una situación así. Pero estoy convencido de que solo es una mala racha que acabará pronto», confiesa Raico Escalante, un inmigrante cubano de 31 años que llegó a Mallorca por amor hace ahora dos años. Atrás dejó su hogar, su familia y un trabajo como reportero en Cubavisión, el principal canal de la televisión cubana. Ahora, este periodista recibe alimentos de Cruz Roja Baleares y asesoramiento para encontrar el empleo que perdió al comenzar el estado de alarma y que no ha recuperado casi un año después.
Raico es el nuevo rostro de esta crisis. Y como él, miles de personas de clase media de nuestra Comunitat se han visto obligadas a acudir por primera vez a los servicios sociales o a entidades como Cruz Roja para sobrevivir.
«Es un hecho. El abanico de personas que solicitan ayuda cada vez es más amplio. Familias que ya vivían al día antes de la pandemia y que ahora les es imposible llegar a todo; autónomos que se ha quedado de un día para otro sin negocio y sin clientes por las restricciones o el delicado escenario económico; o trabajadores habituales del sector servicios que se han pasado todo el año esperando inútilmente la llamada para hacer la temporada y a los que se les ha acabado la prestación de desempleo o, peor aún, ni siquiera pudieron acceder a ella son el perfil de nuestros nuevos usuarios», apunta Eli Minchón, coordinadora del área de extrema vulnerabilidad de Cruz Roja en las Islas. La crisis sanitaria provocada por la pandemia del coronavirus ya se ha convertido en emergencia social.
La temporada turística comenzó tarde y se acabó antes de tiempo. Las voces que pregonaban durante los últimos años contra el turismo de masas ahora callan, porque nuestra Comunitat no tenía preparado un plan B.
Mientras tanto, las colas del hambre no dejan de crecer en Cruz Roja, Mallorca sense fam, Cáritas, la Fundació Solidària de Monti-sion o la asociación Tardor. Y todas estas entidades sociales coinciden en afirmar que lo peor está por llegar. Imaginen cómo será la situación si la próxima temporada turística se retrasa a junio, o peor aún, se queda a medio gas, como en 2020.
Las colas del hambre
A pesar de su situación actual, Raico Escalante no se arrepiente de haber emigrado a España. «En Cuba trabajaba como periodista. Pero cobraba 25 dólares mensuales. Desde que llegué a la Isla no había dejado de trabajar. No puedo quejarme», apuntilla este joven, que en febrero del año pasado dejó su trabajo en Ikea para entrar en una cadena nacional de ópticas para cubrir una baja por maternidad.
Llegó el estado de alarma y su empresa le incluyó por error en el ERTE; al poco tiempo le dieron de baja y el SEPE le obligó a devolver el dinero. «De repente me encontré sin trabajo y mi cuenta vacía. Tuve suerte de acudir a Cruz Roja. Se han portado maravillosamente. Me ofrecen ayuda alimentaria, asesoría laboral y colaboro como voluntario en el área de medio ambiente. Al menos puedo aportar mi granito de arena y devolver algo de lo que han hecho por mí», dice este joven, que sigue a la espera de una entrevista que no llega. Mientras, se niega a perder la sonrisa.
Pobreza en alza
Los datos son abrumadores. Cruz Roja atendía hasta la pandemia a una media de 10 familias diarias, ahora rondan las 50 peticiones de ayuda. Solo en atención de necesidades básicas, que incluye alimentos, artículos de higiene, medicamentos, tarjetas de transporte, ropa o suministros, la coordinadora autonómica atendió en 2019 a 2.378 familias, mientras que el año pasado la cifra se elevó hasta las 12.400. «Había mucha gente pendiente del Ingreso Mínimo Vital y las ayudas se han retrasado. Se nos presentaba gente que no tenía ropa de abrigo... han sido unos meses durísimos», confiesa Eli Minchón, coordinadora de Cruz Roja.
Otro dato relevante es el número de familias que dependen de esta entidad social para pagar la luz. Hasta 470 familias recibían este tipo de ayuda en 2020, frente a las 166 que lo solicitaron un año antes. Pero la línea económica para solventar la pobreza energética se acabó a finales de septiembre, y hasta hace unas semanas no recibieron una nueva subvención.
Para Ylaria Polanco, una residente dominicana de 60 años, la situación es dramática. Durante años se ha dedicado al servicio doméstico y al cuidado de personas mayores en régimen de interna. Pero la salud le ha jugado una mala pasada. Prótesis en las dos rodillas, problemas de cadera y artrosis le impiden trabajar como antes. El resultado es que lleva dos años sin contrato y solo ha podido coger algún trabajo esporádico en fin de semana. «No tengo derecho a paro y nadie contrata a una mujer con una enfermedad degenerativa, que se mueve como si tuviese 80 años», confiesa Ylaria, que comparte el piso con su sobrina para repartir los gastos y recibe alimentos de Cruz Roja y un cheque para pagar la luz. «En mi situación va a ser imposible encontrar trabajo. Y yo soy buena en lo que hago. Nunca han tenido queja de mí. Pero tengo que aceptar que ya no puedo cargar con la gente como hacía antes. Ahora estoy como para que cuiden de mí. Pero cómo voy a hacerlo, sin ayuda de ningún tipo. Solo me ha tendido la mano Cruz Roja. El futuro pinta negro. No salgo porque tengo miedo al virus y porque no tengo dónde gastar. Es otro confinamiento», finaliza Ylaria.
«La situación de vulnerabilidad de muchas familias ya es comparable a los datos de la recesión económica de 2008. Los próximos meses van a ser críticos», lamenta Minchón.