«Com ho passa, senyor vent? —Em tractes de senyor? Ets moliner o pescador?». Dice así una de las tantas paremias mallorquinas firmadas bajo el anonimato que elogian la figura del molino y del molinero. Los ‘gigantes' de Cervantes imperaron en esta tierra desde el siglo XIV –aunque hay indicios que apuntan al siglo XIII la primera construcción del molino de viento harinero–. Estos ingenios eran esenciales para alimentar a la sociedad. Posteriormente, resultarían una estructura clave en la Guerra Civil.
Aunque existen diversos modelos de molinos conviviendo en la misma área, uno de los tesoros que alberga Mallorca son los de viento harineros. Se han contabilizado hasta 895, de los que 295 desaparecieron por completo, según los datos de la Asociación de Amigos de los Molinos de Mallorca, una entidad que nació entre colegas hace 52 años y que trabaja para evitar su desaparición y deterioro en las Islas. Sin embargo, el Consell de Mallorca cataloga hasta 622.
Antecedentes
Históricamente, hay indicios de molinos de viento harineros, de eje vertical, a partir del año 800 aC en Persia. «Fueron los árabes quienes trajeron este mecanismo hasta las Balears, pero las primeras referencias aparecen en el retablo de Sant Jordi, del pintor Pere Niçard. Nos referimos al año 1470 y en esa imagen se observa el molino de sa Roqueta, que se encontraba en el Portitxol. Según la documentación, este molino data de 1375», cuenta Pep Pascual, ingeniero industrial y presidente de la Asociación de Amigos de los Molinos de Mallorca. La obra se encuentra expuesta en el Museu d'Art Sacre de Mallorca.
La adopción de los molinos harineros se generalizó a partir del siglo XVII, destacando su función hasta el siglo XIX y durante la guerra española para la producción de alimento. «Son elementos destacados en nuestra historia». Aina Serrano es la coordinadora de la unidad de Patrimonio Histórico e Industrial del Consell. Trabaja en la catalogación, restauración y en el estudio de estas construcciones. El aumento de la población y la necesidad de cultivar más cereales fueron los motivos que impulsaron la actividad.
«Mallorca tenía épocas de sequía. En este sentido, al no poder trabajar con el molino hidráulico –que no se han catalogado pero Serrano apunta a que habría un centenar en la Isla–, se intensificó el de viento». El Consell de Mallorca mantiene la ruta de molinos de viento harineros en la Isla, un proyecto europeo impulsado en 2016 con el objetivo de evitar la pérdida de este patrimonio.
Tipología
«La tipología de los molinos de viento ha ido cambiando a lo largo de los siglos. Por lo general, están formados por torres de unos siete u ocho metros, con una escalera interior de caracol y un techo capaz de orientar las antenas hacia el viento». El escritor e historiador mallorquín Gaspar Valero hace una radiografía exacta de estas maquinarias y las divide en tres tipos según su torre: molino con base cuadrada, rectangular o circular.
Se utilizaba como vivienda o almacén para el molinero y su familia; con cintell, una plataforma maciza circular, alrededor de la torre; y finalmente la torre de molino sin base que, en este caso, se asienta directamente sobre el terreno.
Las aspas se distinguen por ser de parrilla y de vela, es decir, triangulares, similares a las de un barco. Pascual cuenta una peculiaridad única de los molinos harineros mallorquines: se componen de seis aspas, en lugar de cuatro. Pascual asegura que esta estructura aparece también en Sicilia, Malta y en la Isla de Gozo. «Cuando miraban el diámetro y el lado, se dieron cuenta de que era más fácil montar cada una de las palas, por lo que los esfuerzos sobre el eje principal eran menores», relata.
El molinero
Aquí no se diferencia entre el profesional de los molinos hidráulicos o de viento. Según el historiador Gaspar Valero, «este oficio se integraba en un gremio que aparece documentado en el año 1441». Su patrón era Sant Bernat. No sería hasta el primer tercio del siglo XVII cuando los profesionales de los molinos de viento constituyen su propia cofradía bajo el patronazgo de Sant Llorenç. «El molinero recibía el trigo del propietario. Su trabajo era molerlo y convertir el producto en harina. En muchos casos se le pagaba con este producto», cuenta Aina Serrano.
Con la entrada de las fábricas de harina, los molinos dejaron de funcionar en torno a 1930, pero la Guerra Civil española devolvió, por necesidad, la utilidad de estos ‘gigantes' para suministrar alimentos a las sociedades. «Eran molinos que trabajaban de estraperlo», reconoce Serrano.
El último construido en la Isla, que data de 1935, fue Es Molinot, ubicado en el Coll d'en Rabassa, en Palma, y dejó de funcionar en 1963. Desde entonces nadie escucha su característico sonido. Más bien ‘susurran' su legado a los que desconocen su pasado para que jamás pase al olvido.