Mallorca, paraíso del turismo de sol y playa. Cada año llegan millones de turistas de todo el mundo atraídos por el clima y nuestros arenales. Todos ávidos de colocar la toalla, recostarse al sol y zambullirse en las aguas del mar balear. Ahora, imagínense la Isla con menos kilómetros de arenales, tragados por el mar. No es ninguna teoría apocalíptica. Está ocurriendo ahora mismo, mientras leen este reportaje. Los expertos llevan años advirtiendo de que muchas de nuestras playas más conocidas y populares se achican sin remedio. Según se desprende de un estudio centrado exclusivamente en la isla de Menorca, Cala Blanca, en Ciutadella, por ejemplo, ha retrocedido entre 1956 y 2015 hasta 53 metros. Más agua, menos arena. Y, a la larga, menos negocio.
«Una playa no solo es la zona emergida, es decir, la arena donde uno se tumba al sol. También forman parte de este ente vivo la zona sumergida por la que nos adentramos al mar, y en la que nos encontramos con la posidonia, que evita la erosión de los arenales, así como los sistemas dunares, que tienen como función regular la arena y proteger las playas y la costa de temporales como Gloria, que asoló Mallorca el invierno pasado», recuerda Xisco Roig, doctor en Geología y Geografía por la UIB y consultor ambiental. Si nuestras playas no gozan de buena salud, si no son resilientes, al final el mar ganará a la arena y, por lo tanto, el turismo se resentirá, más pronto que tarde.
Antes de que Mallorca sucumbiera a los cantos de sirena del turismo de masas y la construcción desmedida, el litoral mallorquín contaba con grandes barreras naturales en forma de dunas de arena, que protegían nuestras playas de la erosión y salvaguardaban las costas de las grandes tormentas. Atentos a las cifras: en la actualidad, más del 80 por ciento de la costa mallorquina es de tipo rocoso; la costa artificial, o lo que es lo mismo, la que ha sido diseñada por el ser humano, un 10 por ciento, mientras que solo un 9 por ciento es de tipo arenoso. Y de aquellos polvos, estos lodos. Los expertos alertan de que los temporales serán cada vez más intensos y frecuentes y Mallorca trabaja para que sus escudos de arena cumplan su función protectora.
La huella del hombre
La gente pone el grito en el cielo cuando cada estío salta la noticia de que agentes de Medio Ambiente han paralizado y multado a los organizadores de una boda o una fiesta ilegal sobre las dunas de es Trenc o Platja de Muro. Pero luego esas mismas personas deciden ‘ganar' cuatro segundos saltándose la pasarela de madera que lleva hasta la playa y caminar por las dunas. Puede parecer poca cosa. Pero ahora súmenle que centenares de personas hagan lo mismo un día sí, otro también. Otra estampa habitual que seguro que visualizan: saltar la cerca de madera, que siempre separa la arena de la playa de la duna, para dormir a la sombra de un árbol. «Llevamos años alertando de que el continuo trasiego en es Trenc y es Cavallet (Ibiza) para mantener escarceos sexuales con desconocidos causa graves alteraciones en esos delicados sistemas dunares», recuerda el ambientólogo Xisco Roig. La huella irresponsable del hombre es alargada y no deja de poner en peligro el medio ambiente, y nuestras playas son un ecosistema vivo que necesita de mucha atención y cuidados, que residentes, viajeros e instituciones no proporcionan tanto como debieran.
Conservación
«No hay duda de que ahora estamos mejor que hace un par de décadas –señala Miquel Mir, conseller de Medi Ambient y experto en las problemáticas que afectan al sistema playa-duna–. Los sistema dunares cuentan con diferentes figuras de protección desde el punto de vista de la conservación como Xarxa natura, ANEI o Hábitats de Interés Comunitario (HIC). Estamos dando pasos activos por mejorar su conservación, pero no hay duda de que queda mucho trabajo por delante». En este sentido, el responsable de Medi Ambient del Govern balear recuerda el paso adelante que supuso que es Trenc fuera catalogado en 2017 como parque natural, reduciendo de un millar a 400 las plazas de aparcamiento al ubicarse en un espacio protegido. Pero la presión humana sigue siendo alta y «la salud de nuestras dunas es delicada», lamenta Guillem Pons, doctor en Biología por la UIB y presidente de la junta asesora del parque natural marítimo-terrestre de es Trenc-es Salobrar de Campos.
«La pandemia de la Covid-19 ha permitido hacer un reset a nuestros ecosistemas arenosos, pero la presión volverá a sobresaturar las playas y a erosionarlas. Solo hay que echar un vistazo al estado de salud de las dunas de es Trenc, las más dañadas coinciden con las entradas desde los diferentes parkings», recuerda Pons. ¿Pero es suficiente el trabajo de conservación que se realiza desde hace décadas?.
Guillem Pons señala que la conservación de los sistemas dunares ha vivido altos y bajos: «El decreto de la posidonia beneficia a la salud de los arenales, pero ¿tenemos una red de vigilancia adecuada?», se pregunta al tiempo que no duda en afirmar que al menos estamos mejor que hace tres años. «Estamos siguiendo la vía correcta. Veremos los resultados a medio/largo plazo», finaliza. Por su parte, Xisco Roig, más crítico que su colega, recuerda que no ha existido gestión de playas en nuestra comunidad desde los años 60: «Las playas son las grandes víctimas del turismo de masas», denuncia el ambientólogo, al tiempo que lamenta que «Baleares siga vendiendo sus arenales como si fuesen playas caribeñas, cuando en el Mediterráneo no es así. Esa postal solo se consigue de manera artificial. ¿Por qué la hojarasca no molesta a ningún viajero que visita la Tramuntana y se consideran molestas las algas? Porque hemos vendido la playa como un producto turístico e irreal», asevera Roig.
Por eso, durante décadas se retiró sin ningún miramiento ni criterio la posidonia y la arena, olvidándonos del reservorio sedimentológico y de que el agua, la playa y las dunas forman un ecosistema delicado que la mano del hombre puede desequilibrar con una simple pisada.