Aseguran los expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que sólo un 20 % de la población presenta síntomas graves a causa de una infección por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2. Son los casi dos mil casos acumulados que ha registrado Baleares desde que el pasado 8 de febrero se detectara al primer paciente británico. Si se hace el cálculo, el contagio real podría haber llegado a 10.000 personas en las Islas. Para valorar los casos menos graves, estén o no en el recuento real, y seguir la evolución de los más delicados o hacer una toma de muestras, se crearon las Unidades Volantes de Atención a la COVID-19 (UVAC).
Su función es menos mediática que la de las entrañas de un hospital, sin embargo si las UCI de Baleares no se han colapsado, si el sistema sanitario ha respondido, es gracias al sigiloso y extenso muro de contención que han ido trazando las UVAC con el apoyo telefónico de los centros de salud de Atención Primaria.
A las nueve de la mañana, la actividad ya es considerable en la Unidad Básica de Salut del Molinar. A principios de marzo cerró sus puertas para convertirse en el cerebro que coordinaría este nuevo servicio, nacido para atender a la mayor cantidad de pacientes posibles a domicilio y derivar los graves a un hospital. «Aquí hay un almacén con el material y la sala de control de tráfico que reparte los servicios y las rutas», explica Tomeu Tugores, coordinador de la operativa.
«Al principio vivíamos un poco al día porque se cambiaban los protocolos. También fuimos ampliando las unidades e incluso el centro de coordinación de Son Pizà se nos quedó pequeño», relata Carlos Raduán, subdirector médico de la Gerencia de Atención Primaria.
Las UVAC son siete unidades avanzadas con un técnico de ambulancia, una enfermera y un médico; dos básicas sin facultativo, y el personal que atiende los COVID-exprés en Manacor, Inca, es Pil·larí, Establiments y sa Indioteria.
Empezaron con tres equipos y ahora son más de 70 voluntarios. «Nosotros fuimos la primera UVAC, llegamos antes que los muebles», recuerda la doctora Lucía Íñigo mientras sube con sus compañeros a la ambulancia con la que empezarán la ruta.
Antes llegan al centro de coordinación y se cambian la ropa, que dejan en unas taquillas. «A los técnicos sí, pero a nosotros no nos lavan la ropa, de forma que tengo que desnudarme en el rellano de casa y entrar en calzoncillos», especifica Juan José Lugo, que conduce el vehículo. En la Unidad Básica se les suministra todo el material de prevención.
Al tener el contacto más directo con los contagios en su caso no ha habido carencias, sin embargo recuerdan que «hay unos mínimos de seguridad que tienes que cumplir y que son los que te mantienen sano», explica la enfermera del equipo que prefiere no decir su nombre.
Hoy les toca visitar una residencia de ancianos donde dos usuarios han presentado síntomas. Se cubren con el equipo de protección y hacen una toma de muestras. Los pacientes permanecerán aislados hasta que conozcan el resultado y se les hará un seguimiento telefónico. Al terminar regresan al centro de coordinación hasta que otra llamada les devuelve a la carretera: un paciente ha empeorado. Le exploran, revisan la saturación de oxígeno, la frecuencia respiratoria o la tensión, entre otros y llaman al 061. «Vamos a derivarlo al hospital», concluyen. En esta salida ordenan el traslado aunque se trata de una persona mayor que cada año presenta complicaciones por diferentes patologías, «le haremos la prueba y estará vigilado».