Sebastián y Malén Gibert son la cuarta generación que regenta la Carnisseria Cas Caparrot, un negocio del que ya hay registro en 1818, pero «fue a principios del siglo XX cuando mi bisabuelo abrió el local en la calle Vidrieria, y tenía enfrente el obrador», explica Sebastián. La tienda ya tenía el nombre de Cas Caparrot, un apodo que, comenta el propietario, «creemos que viene de cuando un día mi bisabuelo mató un cerdo muy grande y, como antiguamente no había vitrinas, puso la cabeza en un mármol justo a la entrada y, claro, desde la calle se veía un caparrot enorme y de ahí le vino el malnom a la carnicería».
El fundador tuvo seis hijos, que de mayores fueron abriendo carnicerías fuera del negocio familiar, «pero fue mi abuelo Sebastián el que terminó haciéndose cargo del comercio de la calle Vidrieria», recuerda Sebastián. Añade que «cuando mi abuelo murió, en los años 50, mi padre y mi abuela, que llevaban un puesto de la Plaça Major, pasaron a ocuparse también de Cas Caparrot».
Pasaron los años y «cuando yo tenía 14 años mi padre falleció, por lo que yo a los 18 ya estaba en el negocio familiar. Durante esos años mi madre se hizo cargo del negocio así como pudo, porque ella no era carnicera y en cuanto pudimos fuimos mi hermana y yo a ayudarla».
Esa fue la época más crítica de la carnicería, reconoce, «hubo mucha incertidumbre ya que mi madre no tenía nociones de dirigir una carnicería, solo tenía empleados y gracias a uno de ellos, Gabriel García, el negocio subsistió». Él también aprendió de esa persona, que ahora ya está jubilada, «y gracias a él soy carnicero». Sebastián admite que «me vi abocado a trabajar aquí, a ser carnicero, pero se ha convertido en mi pasión, y en la de de mi hermana».
En su opinión, en este negocio ha cambiado todo, «la forma de vender, de comprar y las demandas de la clientela, que hoy en día es más cómoda y muchas veces prefiere irse a un supermercado donde tiene todo más a mano». Por eso tienen que luchar contra las grandes superficies y las nuevos hábitos de consumo «y lo único que puedes hacer es traer buen género para mantener una clientela». Además, «han abierto muchas carnicerías que se dedican más al cliente sudamericano, con el corte argentino, por ejemplo».
Cas Caparrot tiene dos empleados, Saberio, que es italiano, y Cati. En cuanto a la clientela, Sebastián apunta que «es muy variada, siempre hemos tenido gente del barrio pero también clientes que venían de otros barrios y de fuera de la ciudad, pero con el cierre del casco antiguo al tráfico mucha gente ya no puede venir». Curiosamente explica que «hoy día vienen más hombres que mujeres a comprar y también trabajamos mucho por teléfono».
La carnicería vende sobre todo producto local «y elaboramos nosotros mismos la salchichería, sobrasadas, albóndigas, hamburguesas, etc.». Sebastián tienen claro que «lo que más me enorgullece es la confianza de la clientela».