El domingo que viene hay manifestación y rasgado de vestiduras en Palma contra el borrador de decreto del Govern que prevé exigir el conocimiento del catalán para el personal del Ib-Salut que aspire a promoción interna. Se escuchan voces indignadas e incluso se ha montado una nueva organización, 'mos movem', frontalmente opuesta a la 'imposición' del catalán en la sanidad pública. A ello hay que añadir que dirigentes y una nutrida representación del PP hará acto de presencia en la marcha de indignados que recorrerán el centro de Palma. Gritarán bajo el lema 'Ets idiomes no salven vides'.
Y todo este cirio, ¿por qué? ¿Por cincuenta frases, acaso?; ¿por 300 o 350 palabras, tal vez? ¿Tan dramático es dirigirse a los pacientes en su lengua materna? ¿Tan rechazable es un poco de calor humano hacia enfermos crónicos, a mayores, a los que padecen males incurables, o simplemente a los que les duele una pierna o están a punto de dar a luz? ¿ Acaso no es importante la lengua de sus padres en estos trances? Los idiomas no salvan vidas, pero el humanismo sí da sentido a la existencia e inyecta calor humano a los que padecen. A los enfermos, a los accidentados, y a sus familiares. Es dar esperanza a los que se sienten abandonados de toda esperanza. Es ofrecer una briza de ilusión a los que se las desvanecido toda ilusión. Es un hilo de luz cálida entre la angustia de la frialdad. Y eso en la sanidad, como en cualquier otra actividad humana, es clave para avanzar hacia una sociedad desarrollada y solidaria.
Somos humanos y nada de lo humano nos es ajeno, comenzando por la lengua de origen de los que ya no tienen salud y que, con unas palabras de cariño en el idioma es que escucharon por primera vez palabras de cariño, tal vez puedan sacar fuerzas telúricas de donde lo las hay para seguir adelante.
¿Tanto drama es querer pronunciar 'com se troba avui?', o 'on li fa mal?', o 'ha dormit bé?', o 'ha fet de ventre?' Con un puñado de frases hechas ya es suficiente. No es necesario recitar las obras de Ramon Llull de memoria. Basta un conocimiento básico de la lengua propia del Archipiélago para reconfortar y dignificar. Y negarse a este aliento, ¿es motivo para sacar masas a la calle? Y encima con politizaciones, malos humores y consignas cabreadas. Nadie en su sano juicio le negaría a un castellanoparlante un trato en su propio idioma materno. Al contrario, hallará muy a menudo la frase justa en el instante preciso. Pero eso no puede valer para un catalanoparlante por que decirle 'demà estareu millor' resulta que para los convocantes de la marcha no salva vidas. No las salva, pero si da alivio al que sufre, Y no desde una perspectiva religiosa (siempre tan respetable) sino profesional y técnica, es decir, profundamente democrática.
El dar ánimos y moral de lucha al que padece no es en nuestros días una cuestión de culto, es una cuestión de cultura. No se trata de creencias, se trata de ciencia. No es un asunto de liturgia; es un valor constitucional. Es ejercer ese especial respeto y protección que consagra la Carta Magna a las lenguas oficiales en sus respectiva comunidades autónomas. Por encima de un conjunto de palabras estructuradas, una lengua son las personas que la cultivan, la aman y la transmiten con orgullo a sus descendientes. Y esas personas, por ley de la naturaleza, tarde o temprano, pasarán por un hospital o un ambulatorio.
¿Por qué tanto chillido por cincuenta frases o trescientas palabras? Tal vez, porque entre todos estamos perdiendo el humanismo, que en sí no cura, pero inyecta ganas de vivir a los que sienten o presienten que se les hiela el corazón.