Lo que faltaba para colmar el vaso. Iñaki y Cristina en el banquillo junto a Jaume Matas, el socio Diego Torres y señora y el medallista Pepote Ballester, entre otros muchos. El juicio del caso Nóos llega el próximo lunes en el peor de los momentos posibles. Cuando se hace cada vez más complicado que en Madrid se pueda formar Gobierno y mientras muchos hablan de adelanto electoral; cuando Catalunya está abocada a nuevos comicios, sólo faltaba ahora ver en el banquillo a familiares directos de Felipe VI, año y medio después de que abdicara su padre. La sensación de zozobra es evidente. Nóos es el juicio a los tiempos en que se ataban los perros con longanizas y no se reparaba en gastos con dinero público. Es una catarsis colectiva.
Además, y para sumar lluvia sobre mojado, si Rajoy las pasa canutas para formar Gobierno (y todo indica que no lo conseguirá) se debe en buena parte a su implicación vía SMS en el escandalazo Bárcenas, con 48 millones en Suiza, encontrados a nombre del tesorero del Partido Popular. Y si Más no ha obtenido los votos suficientes para formar un Ejecutivo que apriete el acelerador hacia la independencia catalana se debe a que la CUP no quiere votarle porque le ve chamuscado por el escándalo de la familia Pujol. De manera directa o indirecta, o auque sea tangencialmente, el cáncer de la corrupción tiene atrapados a importantísimos penachos del Estado o a director allegados. Y lo peor es que a la vez, en las mismas fechas y en diferentes frentes.
Y eso si no se producen sorpresas suplementarias e inesperadas durante el macrojuicio de Nóos, como por ejemplo si Jaume Matas (u otros como Torres) se ponen a cantar la Traviata y la lían todavía más gorda. Una de las grandes incógnitas de este juicio son los motivos exactos por los que Matas le soltó un dineral a Urdangarín a cambio de casi nada. ¿Lo explicará todo con pelos y señales el expresident, que ya sabe lo que es la cárcel?
Hacía muchas décadas que no se vivía en España una situación tan tensa y delicada como la de este invierno que puede dejar a la nación con el corazón helado: la situación política bloqueada, el Congreso dividido, el presidente contra la cuerdas y la hermana del Rey en el banquillo. ¿Hay quién dé más?
La sensación de que la nave institucional va más o menos al pairo y sensiblemente fuera de control está más extendida que un chapapote tras un naufragio. Mientras, la sociedad civil sigue su camino, impasible. Esa es la fortaleza de un sistema basado en la soberanía popular. Pase lo que pase, seguimos flotando, aunque sea sin rumbo, sin alegría y sin ilusión.