La localidad costera de Palmanova, en el municipio mallorquín de Calvià, ha disfrutado este miércoles de un claro y soleado día de verano, un clima casi idéntico al de hace cinco años cuando ETA puso fin a la vida de los guardias civiles Diego Salvá y Carlos Sáenz de Tejada, las dos últimas víctimas de la banda terrorista en España.
Al igual que el 30 de julio de 2009, la playas de Palmanova y Magaluf, a muy poca distancia del lugar del atentado, estaban este miércoles llenas de miles familias y jóvenes turistas, principalmente británicos, que disfrutan de sus vacaciones y del sol que tanto anhelan de España.
La mañana ha arrancado con nubes y un chubasco sobre Palmanova y, por deseo de las familias, no se ha previsto ningún acto oficial, salvo una misa que se celebrará por la tarde.
El 12 de octubre la Guardia Civil rendirá homenaje a ambos agentes muertos en acto de servicio en lo que, hasta ahora, es el último atentado cometido por la banda terrorista.
La vida en esta zona turística transcurría este miércoles tan tranquila como aquel 30 de julio hasta que poco antes de las 14.00 horas estalló el coche patrulla al que acaban de subir Diego, mallorquín, y Carlos, burgalés, ambos con apenas un año de servicio en la Guardia Civil.
Diego se acababa de reincorpora tras pasar un largo periodo de baja por un grave accidente de moto que pudo haberle costado la vida.
La bomba explotó junto al cuartel provisional de la Guardia Civil de Calviá -hoy convertido en un Juzgado de Paz-, a la espera de que se construyera un nuevo acuartelamiento, inaugurado finalmente en junio del año pasado.
Algunos de los testigos de aquel atentado perpetrado hace cinco años han recordado hoy el trágico día, como Catalina Salas, funcionaria municipal que trabaja en la misma calle de la explosión, que ahora lleva el nombre de Diego Salvá Lezaun.
«La sensación -ha comentado- fue de incredulidad, de que esto no podía estar pasando en Mallorca», una isla donde ETA jamás había asesinado a nadie, aunque en 1995 tres de sus miembros fueron detenidos cuando planeaban atentar contra el Rey Juan Carlos empleando un arma con mira telescópica.
El lugar elegido para cometer el regicidio era un edificio con vistas directas sobre la base naval de Porto Pi, donde atracaba el yate Fortuna.
«Al principio estaba traumatizada, aunque luego fui aceptándolo», ha añadido Salas, cuya oficina se encuentra cerca de numerosos hoteles donde miles de turistas, por seguridad, fueron recluidos durante horas a la espera de que los artificieros comprobaran que no había más bombas. Pero había otra.
Entrada la tarde, «Ajax», un perro de la Guardia Civil que falleció el verano pasado detectó otro artefacto en otro coche patrulla de la zona que fue explosionado por los artificieros, un acto que evitó más muertes y que le valió al can la Medalla de Oro de una prestigiosa organización veterinaria del Reino Unido.
Por su parte, Juan Alemany, juez de paz de Calviá en 2009, ha depositado hoy a primera hora, con carácter anónimo, un ramo de flores y ha rezado una oración tras recordar con «gran tristeza y dolor ese día».
«Todas las muertes son muy dolorosas, pero tengo un especial cariño a toda esta gente de las fuerzas armadas», ha apostillado Alemany, que ha dicho que a pesar de este «parón asesino lo que hace falta es que ETA entregue ya las armas, se disuelva, pida perdón a las víctimas y que la Justicia actúe».
Teresa García, que trabaja en Radio Taxi Calviá, situado en la calle del atentado, ha relatado que al principio pensó que había estallado una bombona de butano, pero luego comprobó con sus ojos cómo atendían a los agentes moribundos. «Aquello fue un caos, se me pone la piel de gallina al recordarlo; no hay derecho a esto». Esta empresa también ha querido depositar hoy un vistoso centro de flores.
En el lugar del atentado, donde hay una placa de homenaje a los agentes, no han faltado hoy los padres de Diego Salvá, Antonio y Montse, que han dejado unos ramos y han guardado unos momentos de silencio junto a algunos de sus hijos.
Antonio Salvá ha dicho que «ojalá» estas dos muertes sean las últimas, aunque ha mostrado sus dudas porque ETA no son solo «los pistoleros», sino todo su entorno y una parte de la sociedad vasca que fomenta el «odio».
«Ojalá que me equivoque», ha deseado este médico urólogo, padre de familia numerosa que en estos cinco años, aunque ha perdido a un hijo, las circunstancias de la vida le han llevado a él y a su mujer a adoptar a dos más.