Una hora con Mario

Mario Conde pasa unos días de descanso en su casa mallorquina de Can Poleta y aprovecha para visitar el monasterio de Lluc

Desde el pasado jueves, Mario Conde ha estado en Can Poleta (Pollença), la casa pollensina, que disfruta desde hace varias décadas.

Mario, muy delgado, pero con mejor aspecto que en los últimos meses, sobre todo cuando apareció en «La Noria», habló con nosotros en Son Sant Joan hasta donde acudió el viernes por la tarde a recibir a unos amigos. Vestía vaqueros y chaqueta, y como siempre peinaba su pelo con gomina. En Son Sant Joan, no pasó desapercibido a casi nadie.

Conde se mostró jovial. El tiempo cura heridas, sobre todo morales y espirituales, y aunque no totalmente repuesto de ellas, sobre todo de la que le produjo la desaparición de su esposa, Lourdes Arroyo, parece que está viendo la luz al final del túnel.

-Cómo definiría su estado de ánimo actual.

-Sinceramente me encuentro mucho mejor, tanto física y moral como emocionalmente. Y no sólo es debido al paso del tiempo, porque por si solo puede llevarte a mejorar o a todo lo contrario. Es debido al esfuerzo que he realizado durante estos dos años transcurridos desde que en Mallorca, en la Clínica Rotger, diagnosticaran el 22 de agosto de 2006 por primera vez el tumor cerebral de mi querida Lourdes. El día anterior, Pedro, comentábamos ella y yo las «asignaturas pendientes» provocadas por nuestra vida plagada de tormentas desde aquel inolvidable 1993. Esa tarde, en el porche de poniente de Can Poleta, desgranábamos planes ilusionados de viajes al Norte y al Sur, a los Nortes y a los Sures de este planeta, planes de una vida que se nos antojaba tranquila, exenta de ambiciones diferentes a las del vivir lo mas plenamente posible. Pero en lugar de respuestas de vida nos acosó la muerte en el momento mas inesperado. Más doloroso también. Más cruel, si quieres decirlo así, porque hay motivos para pronunciar esa palabra, de no ser porque justo o injusto, cruel o no cruel, son términos que pertenecen al plano humano, pero que no viven en eso que llaman la mente del Absoluto. Pero somos humanos y en consecuencia el dolor resulta inevitable. Un dolor que aturde, que socava los cimientos de la razón.

-La muerte de su esposa ha sido, sin duda, el mayor golpe que ha recibido

-Tratar de deglutir la muerte de una persona tan increíble como Lourdes en un momento como éste era tarea casi imposible, por mucho que mi vida ha sido un constante entrenamiento para soportar lo inevitable y convivir con lo insoportable. La muerte de alguien tan integrado en tu existencia, tan plagado de atributos de máxima calidad, no se entiende en ningún plano, ni en el emocional, ni en el racional, y si me apuras tampoco en el espiritual, porque es tan brutal que puede dar al traste son sólidas certezas. No sería la primera vez que sucede. Esto es lo que provoca que sientas que la muerte de un ser querido, tan querido, es en gran medida una muerte de una parte importante de ti. Algo que puede llegar a provocar el desinterés por seguir viviendo, ante la magnitud del vacío que se genera. Lo he comprobado en mis carnes y en la de otras personas a las que ayudo como misión de la Fundación Lourdes Arroyo, que hemos constituido en su memoria y por su ejemplo.

-De todos modos, volver a Pollença, y a Can Poleta, lugares que ella tanto amó -Pollença y Can Poleta-, y no encontrarla, no debe de ser sencillo. Demasiados recuerdos entre aquellas cuatro paredes...

-En este tiempo Pollença era mi asignatura pendiente, Pedro. Porque 34 de los 37 años de nuestras vidas transcurrieron en esta Isla. Lourdes se consideraba de este lugar. No es explicable el empeño irreductible del verano de 2007 en venir a Mallorca, como si presintiera que sería su último verano. Murió en octubre, poco después de regresar de Pollença. No hubo forma de disuadirla. Ni los médicos ni yo. Recuerdo cuando llegó a esta casa el 10 de julio y salió al porche. Sentí su felicidad interior.

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