La banda terrorista ETA ha vuelto a matar. Lo ha hecho por vez primera desde que declarara la ruptura del alto el fuego permanente. Aunque todo hacía presagiar que cumplirían con sus macabros planes, la eficacia de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado habían evitado intentos anteriores. Lamentablemente, todas las ocasiones con las que han contado los criminales de la banda para poner fin a sus fechorías han sido desaprovechadas. No cabe hablar de proceso de paz alguno toda vez que el único lenguaje que entienden es el de la coacción, la amenaza, el chantaje, las pistolas, el asesinato...
La respuesta no puede ser otra que la de la lucha sin cuartel desde la democracia y el Estado de derecho, con la aplicación estricta de la legalidad, con el reforzamiento de las medidas policiales y judiciales. No caben ya posiciones que puedan interpretarse como presumibles cesiones en pos de una paz que los violentos han demostrado que no desean. Tampoco caben reproches porque los únicos culpables de tan execrables hechos no son otros que los asesinos de siempre, aquellos que, amparándose en una reivindicación independentista que puede ser legítima, la pervierten, convirtiéndola en la justificación de sus abominables crímenes.
Es cierto que es la hora de la unidad de las fuerzas políticas. Pero es que nunca debió dejar de serlo. Ha sido un error tremendo convertir el asunto del terrorismo en elemento de la batalla electoralista. En esta materia no cabe otra que la unión de todos los que defienden la democracia y la libertad contra quienes quieren imponer sus ideas mediante la violencia. Bueno es que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, haya apelado a esa unidad. Como también es positivo que Mariano Rajoy haya manifestado su apoyo al Ejecutivo en esta lucha.
Por desgracia, la lacra del terror no ha terminado y hay que añadir el dolor de la familia del joven guardia civil fallecido y la tremenda angustia de la del que está herido a la larga lista que hemos ido sumando durante décadas. Si cabe un mensaje para la esperanza sólo es el de que, si luchamos unidos todos los demócratas, algún día veremos el fin de este sinsentido al que nos ha sometido una banda de desalmados.