los numerosos desplazados de un poblado del sur, que ahora, provisionalmente, viven en una explanada, bajo tiendas azules, la responsable del campamento los reúne para recordarles que «pasado mañana, gentes de la Mesa de Solidaridad, vendrán para entregarnos pucheros, tenedores y cucharas», palabras que a aquellas buenas gentes las dejan inmersas en la mayor de las felicidades. Y es que hasta la fecha, por no tener, no tenían nada. ¿Se imaginan? ¡Nada! Basta, sino, ver como estaba el fogón común: sin apenas usar -fíjense en el estado de los troncos- desde hacía días. Y es que hasta ese día, a falta de pucheros, tenedores, cuchillos y comida, quien más quien menos debía de buscarse la vida donde y como fuera. Y eso, un día, pase; pero si es cada día, es duro de sobrellevar.
Cosa parecida les sucedía a los habitantes de los barrios del extrarradio de Guadalupe: se habían quedado sin comida para la olla común. Y lo peor: que nadie les había dicho cuándo les volverían a traer mas alimentos. Cruel, ¿no? Porque sin techo y sin comida, el drama se multiplica por mil. Y más si hay niños de por medio. Que los hay. Muchísimos. Niños hambrientos, con la mirada perdida, cansada de rastrear buscando algo; niños desesperanzados y enfermos frente a un horizonte lejano en el que no se ve la salida por ningún lado. Es, ¿cómo se lo diría? Es como tratar de subir sin apenas fuerzas a causa de la debilidad una cuesta empinada sin asfaltar. Terrible el drama de Perú Sur. Terrible, desolador y sin solución, a no ser que ésta no venga desde fuera, de usted o de usted. Ayuda que no lo resolverá plenamente la cuestión, pero que ayudará a sobrellevarla mejor.