Un grupo de policías del Cuerpo Nacional reponía fuerzas con una paella ciega en el Café de la Plaza del Príncipe. Mientras, los Príncipes mantenían un encuentro en el Claustro del Carmen con representantes de los sectores productivos de Menorca. Al otro lado de los cristales, la gente, que había recibido minutos antes a la ilustre pareja con gritos de bienvenida, piropos y montones de cámaras de fotos, continuaba esperando tras las vallas para verles de nuevo al salir. Los guapetones policías, pertenecientes a la II Unidad de Intervención Policial, habían llegado un par de días antes de Barcelona para reforzar la seguridad en torno a don Felipe y doña Letizia. Me invitaron a compartir mesa y comida, pero, con gran disgusto, tuve que rechazar tan generosa oferta para escribir esta apresurada crónica en el cuaderno. Eran las 14.00 horas y me dispuse a matar el hambre con un nocivo cigarrillo.
Los Príncipes habían llegado a Menorca casi a las 12.00, con media hora de retraso sobre el horario previsto por culpa del viento, que azotaba la cola del helicóptero en el que viajaban desde Palma.
La isla les recibía con un día gris y plomizo, pero con el calor de su gente, que les esperaba desde horas bien tempranas frente a la sede del Consell Insular.
La Princesa vestía un conjunto de falda y chaqueta de tejido ligero, en color beige, un tono poco favorecedor que acentuaba la palidez de su rostro. Alegraba el dos piezas con unos taconazos en rosa fucsia intenso, de nuevo de alto tacón, y el mismo bolso que lució el día anterior en Mallorca para acudir a la Part Forana, con adornos en piel también rosa. Don Felipe llevaba traje gris, camisa verde muy claro y corbata también verde, en este caso manzana, podríamos decir, asturiana.
Poco a poco, las inmediaciones del edificio que alberga la institución insular, un diseño de arquitectura contemporánea firmado por el catalán Lluis Vives, que veranea en Menorca, se iban llenando de público. En las primeras filas, varias mamás con bebés resistían el viento húmedo y frío.
«Es una pena que haga mal tiempo porque hasta ayer teníamos sol», comentaban Carmen y Miguel, trabajadores del Consell que se habían mezclado con la gente para obtener una buena perspectiva de los Príncipes.
Mientras esperábamos que aterrizara el helicóptero, nos enteramos del motivo por el que doña Letizia se había quedado en Son Vent mientras su esposo, acudía el lunes al Parlament, por la mañana, y a la UIB, por la tarde. No fue por cansancio ni por recomedación del doctor. La razón es bien sencilla, la Princesa sufre náuseas como cualquier mujer embarazada. Porque las princesas que van a ser mamás no se libran de las molestias propias de tal estado. Como se lo cuento, oigan. ¿Sabían ustedes que son de carne y hueso?
Un grupo de niños del colegio La Salle de Maó, pues estamos en Maó, si no se lo había dicho hasta ahora, también acudió ayer a la sede del Consell en compañía de sus profesores. El contingente infantil, de sexto curso de ESO, llamaba la atención por la gorra blanca que cubría sus cabezas. En ella lucían orgullosos el logotipo del centenario que la orden salesiana celebra este año. Miguel Guillem, un chaval muy gracioso y espabilado, nos explicó el motivo por el que no se encontraban en clase. Lo tenía muy claro: «Hoy es fiesta común, toda la gente tiene que estar aquí». Por supuesto, todos sabían que la Princesa está embarazada. Los chicos querían que el bebé fuera niño y las chicas, niña.