El Rocío no tiene noche ni día. Es Rocío mañana, tarde y noche. Aquí se vive la fiesta mientras el cuerpo aguante; al principio a tope, al final, ya veremos, pues, dicen, que lo que llevamos nada tiene que ver con lo que queda por llegar. El jueves a media tarde estuvimos en La Palma del Condado, de cuya Hermanad la de Mallorca es ahijada, a misa convocada por éstos. La dijo epater de la Hermandad de Mallorca, Sebastián Feliu Amengual, tío de Carme Feliu. Finalizado el oficio, se adoró al Sin Pecado, o estandarte de la Blanca Paloma de esta Hermandad, que a continuación fue izado a la carreta, una verdadera obra de arte en alpaca y plata, adquirida en los años 30 por medio millón de pesetas de las de entonces, y que hoy no tiene precio.
Finalizada la misa, iniciamos el regreso a la aldea, recorrido al que podríamos calificar de épico, pues los 36 kilómetros que separan ambas localidades, en autocar, los hicimos en ¡tres horas!, dos horas y media, por lo menos, para recorrer los últimos seis kilómetros. ¿Se imaginan el gentío? Así que sobre la media noche llegamos, cenamos en el comedor de la casa a base de sopa y croquetas y, para el que quería, sobrasada, postre, café y herbes. Sobre las dos y media nos fuimos al catre tras dar un paseo por la aldea con Antonio Torres Navarrete, presidente de la Hermandad de Mallorca. Bien prontito, ¡a las cuatro y media! el presidente de la Hermandad nos despierta a toque de tambor y cantando a ritmo de sevillana aquello que dice «levántate, primo, que ya canta el gallo, que ya canta el gallo, levántate primo...».
Hora y media después estamos de nuevo en el autocar, rumbo a La Palma del Condado, donde la Hermandad titular nos espera para la misa en San Juan Bautista, seguida de la procesión. Tras un pequeño refrigerio, las dos hermandades comienzan el camino. La de La Palma, luciendo los colores en el cordoncillo del que pende del cuello la medalla de la Hermandad; los de Mallorca, con los colores amarillo y rojo. Delante va el tamborilero, que también hace las funciones de pitero, marcando el paso a ritmo de pito y de tambor, seguido de la carreta con el Sin Pecado tirada por dos bueyes. Y detrás, todos nosotros, es decir, gente a caballo -algunos los han alquilado por 40.000 pesetas los cuatro días-, a pie, en charrets -o carritos pequeños tirados por caballos-, y carriolas, o sea, carrozas tiradas por tractores.
Avanzamos sin prisas, con alguna que otra pausa, haciendo camino al andar, a veces entre nubes de polvo, bajo un calor que a medida que transcurre el día se deja notar hasta hacerse agobiante. Hay quien nos comenta «que vamos muy deprisa». Sin darnos cuenta, sobrepasamos Bollillos, y a mediodía entramos en Almonte para, a primeras horas de la tarde, llegar al Pastorcito. Ahí, parada en pleno campo, comida, baile, cantos y rezos cantados, y antes de reanudar el camino, se hace entrega de un donativo para los niños, deficientes mentales, del centro Hogar del Pastorcito. Sobre las nueve de la noche entramos en la Aldea, donde, como prácticamente están ya casi todos, no cabe ni un alfiler. Y eso que las Hermandades de Sevilla están por llegar todavía. Y lo más duro -y lo más bello también- está por llegar. Como el salto de la reja para sacar a la Blanca Paloma, que está previsto que se produzca a partir de las cuatro de la madrugada del lunes, pues el sentir de los almonteños es que la Virgen salga con el alba.
Pedro Prieto, enviado especial