Cuando queremos expresar que hemos trabajado mucho, solemos hacerlo relacionándolo con dos animales. He trabajado como un mulo, he trabajado como un buey. Especialmente al segundo, con su fuerza, le vemos arrastrando pesos, sin protesta alguna, con una sumisión total a su condición, resignación, docilidad. Pese a la amenaza latente de su cornamenta, ahí está, como si su vida fuera el aguantar lo que le echen. Un poco de ahí viene la imagen popular de «llevar cuernos», por el abuso que representa una infidelidad de la pareja.
Ésta es una perversión de la idea de Cuernos, ya que en todas las culturas significan seguridad, poder y fuerza en su estado más puro. La fuerza del dios primigenio está representada por un toro. Esta fuerza puede atemorizar y dar sensación de poder, y es por ello que los guerreros se ponían cuernos en sus cascos. Al ser aquello con lo que el toro embiste lo relacionamos con abrirse camino ante la dificultad. Es la fuerza de la valentía irracional, que si está relacionada con el necesario coraje que hay que aplicar en algunas circunstancias, y no deriva en una temeridad innecesaria, puede sernos el único recurso válido.
Saber que somos valientes y tenemos esa cualidad de abrirnos caminos puede proporcionarnos el empuje que necesitamos ante situaciones difíciles, ante aquellas que encontramos una especial oposición o dificultad. Es por esta razón que el sonido que surge de un cuerno convoca para la batalla. Son también un símbolo de fertilidad; es conocida la asociación de la Luna con el Toro. Para centrar en una palabra lo manifestado, al hablar de Cuernos hablamos de empuje viril.¿Tenemos o no empuje? Claro que sí, en mayor o menor medida según nuestras necesidades reales. Carecer de empuje viene de haber dedicado mucha energía a esfuerzos o acciones innecesarias. Si la acción es adecuada, necesaria, nunca agota, sino que refuerza.