Ha sido una semana con el alma en vilo mirando a las costas gallegas, mientras políticos y expertos se apresuraban a quitar hierro al asunto, asegurando desde el principio y hasta casi el final que el Prestige, un petrolero encallado frente a La Coruña, no causaría daños ecológicos en la zona. A la postre, como era de temer, el enorme buque quedó partido en dos, lanzando al mar todo su negro cargamento, y hundiéndose después.
Los peores presagios se cumplieron y, durante los días en los que se ha desatado esta catástrofe ecológica, que aún puede ser mucho peor en función de las corrientes marinas y de las condiciones de los tanques de fuel, el Gobierno de José María Aznar no ha sabido reaccionar a tiempo y con la necesaria sensatez ante lo que se le venía encima, provocando las críticas de algunos sectores, que han acusado al Ejecutivo de limitarse a «confiar en los designios del viento» y de aprovechar las circunstancias para involucrar a Gibraltar en el contencioso, a modo de cortina de humo.
El asunto ha generado polémicas de diversa índole, desde el enfrentamiento entre Madrid y Lisboa sobre qué país debía hacerse cargo de las tareas de salvamento, hasta las opiniones encontradas sobre cuáles serían las consecuencias ecológicas del desastre.
Para los expertos españoles, «hundirse era lo mejor que podía pasarle al Prestige», mientras científicos franceses aseguraban todo lo contrario, que de esta forma será una fuente constante de contaminación marina.
Así las cosas, el sector pesquero gallego "que ejerce el primer recurso económico de la región", ya suficientemente castigado por las sucesivas crisis que le han afectado, se prepara para asumir un nuevo varapalo.