La noticia nos llega vía e-mail. La remite un joven voluntario del Centro Internacional Canino. Una mujer tiene cerca de cincuenta perros, la mayoría callejeros, encerrados en condiciones infraperrunas. Nos acercamos al lugar, sito en Camí de Jesús, y comprobamos el dato. Los pobres animales están más que hacinados. Las perreras (?) hieden. El pestazo que sale de ellas es inaguantable. A través de las rendijas, los perrillos nos miran como pidiendo ayuda. Algunos arañan la puerta, ansiosos. ¡Qué barbaridad!
Llamamos a Francisco Ruiz, presidente de Canina, quien se persona al poco rato. Tras observar "y oler" el lugar, llama a Son Reus. «Esto se escapa a mis atribuciones, por tanto, mi obligación es la de denunciar el caso». A todo esta llega la mujer, la ama de los perros. Cuenta que los tiene no por ánimo de lucro, sino porque es una amante de los animales. Y puede que sea así. Es más, dudo que entienda que los perros estén mal en las condiciones que los tiene, «pues los saco a dar una vuelta», dice. Pero eso no es suficiente, pensamos.
Los pobres animales, aparte de que procrean a discreción, están conviviendo con sus propias heces, chinches, garrapatas y pulgas. Y algunos hasta con leichmaniosis. Basta verlos. Poco después llega el hermano de la mujer, muy enfafado, por cierto. Le dice que es una vergüenza que la hayan vuelto a pillar, y que esto ha de terminar. Aporrea una puerta hasta que se abre, por ella comienzan a salir perros asustados.
¿Cúantos puede haber en aquel lugar? Intentamos entrar para ver en qué condiciones están viviendo los animales, pero un bofetón de hedor nos echa a la calle. Son Reus se pone en marcha de inmediato y a los pocos minutos llega el veterinario, que levanta acta. Mientras, sigue la bronca entre los hermanos. Él, conminándole a ella a que abra todas las perreras, y ella, llorando, insistiendo en que no hace ningún mal, que lo único que ha hecho ha sido recoger a los pobres perros abandonados.