Si usted dedica aunque sólo sean diez minutos al día a mirar la televisión seguro que se habrá dado cuenta. El bombardeo es constante, incesante, casi inhumano. Pausa publicitaria tras pausa publicitaria, la buena nueva de que ya podemos ser los afortunados poseedores de la maravillosa colección de muñequitas de porcelana o de condecoraciones históricas llega a nuestros oídos. Tambíen podemos construir un robot semana tras semana e incluso llegar a ser mejores padres o amantes por fascículos. Ya sabe, ante la queja del hijo o pareja respectivo, dígale usted que tenga un poco de paciencia a que acabe la colección.
Será entonces cuando los lloros de su retoño y los repentinos dolores de cabeza de su cónyuge pasen a la historia. En los últimos años se está viviviendo un auténtico boom de las ventas por fascículos. Por estas fechas los quioscos se llenan de primeras entregas a precios irrisorios, con la finalidad de enganchar al cliente. Muchas veces el objetivo se consigue, pero otras tantas no es así. Tomás Durán acaba de comprar el primer fascículo de la colección de Isabel Allende (dos libros de la escritora chilena por seis euros), pero sin embargo nos dice que «no tengo la intención de seguir la colección.
Simplemente lo compro porque así los libros salen más baratos». Miguel Verdera en cambio afirma que «aunque no hayan sido muchas, he conseguido finalizar todas las colecciones que he empezado». Miguel acaba de comprar la primera miniatura de la colección de motos a escala y nos dice que tiene la intención de terminarla. Pero para llegar hasta el último número parece no ser suficiente con la voluntad de hacerlo, sino que muchas veces también son necesarias altas dosis de paciencia. Las editoras ajustan al máximo el número de fascículos enviados a las distribuidoras de cada provincia, con el fin de reducir al máximo los costes de las posibles devoluciones, llegando a ser incluso la oferta inferior a la demanda.