Sientes una necesidad de venir, como si hubieras echado raíces. Creo que es nostalgia del ritmo de vida de aquí», comenta Carmen Carreres, una catalana que vino a Mallorca por primera vez en 1969 cuando era niña. En estos 33 años, muy pocas veces ha faltado a su cita estival con la Isla. Ella forma parte de ese grupo al que los hoteleros denominan «turismo repetidor» y que, según comentan, están salvando esta temporada que ha venido marcada por las alarmantes noticias que hablan de crisis turística, de caída del mercado alemán o de hoteles vacíos en los meses fuertes.
Son turistas fieles, que regresan a Mallorca como el que vuelve al pueblo porque en cierta medidad se sienten de aquí. Año tras año repiten destino, ajenos a las fluctuaciones de la industria turística. Algunos recuerdan la Isla cuando el turismo era poco menos que anecdótico e ingenuo. Pedro Cerdà , un catalán de padre mallorquín, conoció Mallorca en el 62. Recuerda que estuvo alojado «en la residencia de descanso de Can Picafort, que era un pueblo de pescadores», nada que ver con el actual punto turístico. Todavía se acuerda del miedo que pasaba cuando, en sus primeras vacaciones, coincidía en la playa con Otto Scorseni, un importante militar nazi que se retiró en el norte de Mallorca. Cuatro decadas después de aquella anécdota sigue viniendo a Mallorca, concretamente a Alcúdia.